Aquella noche, a finales del año 2000, tomé una “Pulmonía” desde el hotel hacia el estadio de beisbol Teodoro Mariscal; compré mi entrada en taquilla y me senté con una cerveza a ver una de las grandes rivalidades de la región: Venados vs Tomateros. Mi hija mayor sentía en ese viaje, por primera vez, la arena del mar en Mazatlán y yo me encontraba, sin saberlo, a punto de ingresar a la parte final de mi carrera dentro del futbol profesional. Venados ganó a Tomateros ante un lleno (16 mil fanáticos) en una ciudad alegre y tranquila que disfrutaba, como cada fin de año, de otra temporada alta llena de turismo.

Hoy, Mazatlán está triste; no desolado, pero sí apachurrado por la realidad de un Gobierno que —a través de uno de sus altos mandos militares— acepta abiertamente que la violencia cesará hasta que los cárteles se pongan de acuerdo, mientras padece las secuelas de los recientes tiroteos del 28 de octubre, que ahuyentaron más a los visitantes. Sin embargo, en un acto de confianza hacia la ciudadanía, se llevó a cabo el partido entre Mazatlán y América el 1 de noviembre, con un enorme dispositivo de seguridad, tanto en el estadio como en las vías que conducen al inmueble hoy llamado “El Encanto”. Miles de americanistas llenaron el estadio y pasaron el fin de semana con absoluta tranquilidad, para —de paso— ganar por cinco goles.

Se calcula que el turismo en Mazatlán se encuentra entre un 15 y 20% de lo normal para esta época. Los grupos de banda musical se desplazan a lo largo de las playas, en espera de ser contratados: 250 pesos por canción, para dividir entre 11 o 12 músicos, quienes se protegen del sol como pueden y —en muchos casos— ni la cara se les puede ver. Mariscos de carreta que arrastran las ruedas por la arena, con la esperanza de vender una docena de ostiones o una bolsa de Tostitos con aguachile, para más tarde, por lo general, regalar el sobrante poco antes de echarse a perder. Jet skies, paracaídas, bananas y paseos que se ofrecen en la playa, con grandes descuentos y escasa demanda.

Mientras tanto, su equipo de futbol, llegado desde Morelia durante la pandemia, no parece tener arraigo y su estadio presenta buenas entradas únicamente cuando el rival arrastra seguidores. Un club que parece tener el dinero reservado para el inevitable pago de la multa anual por el cociente, en lugar de destinarlo a la contratación de refuerzos atractivos. Llama la atención que no se vende una sola playera de los Cañoneros en algún puesto o tienda de la ciudad, a diferencia de las prendas que ofrecen los Venados.

Eso sí, la capacidad que tiene el sinaloense de burlarse de su propia desgracia es única... El buen humor jamás desaparece.

Veinticuatro años después he regresado al Teodoro Mariscal, remodelado y lindo, para el mismo duelo beisbolero en la Liga del Pacífico, ante aproximadamente 10 mil aficionados, que se niegan a renunciar a su entretenimiento y pasión, pese a la incontrolable ola de violencia desatada muy cerca, en Culiacán, y que ha salpicado a este precioso puerto del Pacífico mexicano. Mazatlán aguanta, Mazatlán sobrevive, pero sobre todo Mazatlán merece, como todo Sinaloa, un Gobierno a la altura de su gente, porque al nivel del crimen organizado, ya desde hace tiempo está.

@felixatlante12 @felixunivision12

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