“Los secretos que compartimos y las montañas que movimos, fueron atrapados como incendio fuera de control... Hasta entonces, no quedaba nada por quemar y nada que demostrar... Recuerdo cómo me tomó, con fuerza... Ojalá no hubiera sabido ahora lo que no sabía en ese entonces... Corrimos contra el viento...”.
Coincidencia o casualidad, al momento de ingresar a la ciudad de Celaya, el 8 de junio de 1998, sonaba en mi auto Against the wind, de Bob Seger. Tan reveladora como intuitiva y tan precisa como estimulante.
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Celaya me enseñó una nueva forma de sentir el futbol, una manera distinta de vivirlo, una nueva forma de verlo y una manera distinta de analizarlo antropológicamente.
La esencia de Celaya radica en la bondad y la calidez, pero también en la entrega y la exigencia hacia quienes les representan en una cancha. Su máxima pasión. Todo aquel que haya sido parte de cualquiera de los siete escudos que han portado el nombre de la ciudad en estos 70 años, ha experimentado la misma sensación en el estadio Miguel Alemán: orgullo.
Fui parte de esta linda institución durante dos etapas, con el mismo objetivo: la salvación. En ambas se consiguió la meta (1999 y 2002) y, en las dos, fue determinante el apoyo de la afición.
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Si en aquella final contra Necaxa, en 1996, el Azteca se pintó de blanco, por la invasión celayense, tres años después la escena se repitió, para evitar el descenso contra el América.
No podría entenderse la relevancia de Celaya en Primera División y su impacto internacional sin la presencia de don Enrique Fernández (qepd), quien depositó su intensidad, pasión, arrojo y valentía en un equipo de futbol que se caracterizó por ser intenso, pasional, arrojado, valiente y, además, sorpresivo. Desde que compró al equipo, ascendió en Pachuca (1995), contrató a una estrella mundial (Emilio Butragueño), disputó la final en su primer año en Primera (1996) y se la jugó, en solitario, cuando el equipo se encontraba virtualmente descendido y todos sus socios abandonaron.
Desafortunadamente, Celaya finalizó 2023 como la ciudad más violenta del mundo, según el índice de homicidios de acuerdo a su población (por cada 100 mil habitantes). La alegría de sus múltiples restaurantes y bares, antes y después de los partidos, la seguridad en las calles y negocios, las reuniones sociales nocturnas y la activación de la economía entorno al equipo de futbol, hoy son recuerdos y nostalgia.
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“Juraba que nunca terminaría... Éramos jóvenes y fuertes, corrimos en contra del viento... Los años pasaron lentamente y me encontré solo, muy lejos de casa, rodeado de extraños, que pensé eran mis amigos. Perdí la ruta, había demasiados caminos... Aprendí a vivir corriendo, siempre en contra del viento”.
Terminada mi participación en Celaya, dejé la ciudad, con la compañía de Against the wind, que se ajusta tan bien al futbol profesional celayense en siete décadas y a la realidad actual de una sociedad que diariamente rema contra corriente, corre contra el viento y de la cual me siento parte desde aquel 8 de junio de 1998.
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