Aquí estamos . Algunos gordos, otros flacos, algunos pálidos y otros cojos, pero todos con la enorme satisfacción de ser parte de un selecto grupo que, contra todo pronóstico y casi toda posibilidad, escaló desde el décimo lugar para ser campeón de la temporada 1992-93.

Treinta años después, transitamos, educamos, la cag..., triunfamos y fracasamos, pero siempre agradecemos aquella coincidencia que nos permitió, de manera inesperada, colocar una segunda estrella en el equipo del que todos los implicados (TODOS) nos enamoramos.

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Y sí, aquí estamos 30 años después, con la comunicación vía Whatsapp, aunque sin vernos... Con la torpeza del manejo en redes sociales, con la nostalgia de aquellos días en que banalizamos las evidencias y los recuerdos, pero también con la necesidad de ser reconocidos por generaciones a las que no les importa más que lo inmediatamente contemporáneo. Aquí estamos con la certeza de que todos los que coincidimos aquel año, tenemos la indeleble huella de ser campeones con el Atlante.

Y sí, 30 años después, analizamos incrédulamente un equipo campeón con sólo cinco integrantes en su cuerpo técnico, más dos utileros; sin instalaciones propias, sin el mínimo régimen alimenticio, sin entrenador de porteros o auxiliar técnico, sin área de prensa, sin tallas en los uniformes y sin la mínima comodidad en el interior de su vestidor. Pero, eso sí, con el convencimiento necesario para convertir las adversidades en ventajas y con la creencia en un director técnico que, a base de palos, nos enseñó el camino del éxito.

Aquí estamos. Y somos, en gran medida, lo que fuimos capaces de construir en aquel tiempo, con sus carencias y sus fortalezas, con sus veteranos y fieles seguidores, con la accesibilidad entre jugadores y afición, con la conexión que tres décadas más tarde nos permite abrazarnos... Sí, entre nosotros, pero también entre atlantistas, porque atlantistas irremediablemente seremos por siempre.

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Treinta años después ya fuimos y venimos, ya nos casamos y descasamos, ya bebimos y juramos abstinencia, ya criamos hijos y se nos fueron, ya nos emplearon y despidieron, ya nos mudamos y regresamos, ya nos aceleramos y tranquilizamos... pero de algo estamos seguros: de nuestro orgullo por vestir el escudo del Atlante.

Treinta años después, la inteligencia artificial pudo crear una tarde en la que un modesto equipo de la capital derrotaba 3-0 a otro que tenía la mejor afición del país, misma que aplaudía a su rival y le solicitaba dar la vuelta olímpica en su propio estadio. Pero lo cierto es que lo impensado sucedió con aquella noble afición vestida de blanco, que reconoció con gran humildad la superioridad del rival.

Atlante es la historia del placer sufriendo y del llorar gozando. Así ha sido desde 1916 y así ha sobrevivido a cada tormenta... Aquí estamos, 30 años después, con tantos testimonios como testigos y sobrevivientes del 29 de mayo de 1993.

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