Esta semana se definirá el destino político de la (todavía) nación más poderosa del mundo. El martes 5 de noviembre, después de una elección llena de situaciones casi inéditas, como la renuncia de Joe Biden a inicios del año, Estados Unidos por fin celebrará su jornada electoral.

A propósito, es buen momento para recordar brevemente cómo funciona su sistema electoral que, aunque se ejerce el voto popular desde distintas modalidades (electrónico, por correo, por urna electrónica y por urna tradicional), quienes tienen la última palabra son los electores del Colegio Electoral.

Al momento de conformarse como nación y definir su sistema electoral, los estadounidenses buscaron una vía que cumpliera con dos propósitos: reconocer el federalismo, y permitir el voto popular en la elección del presidente y vicepresidente del país. Aunque la primera podía preservarse mediante una elección entre representantes de cada estado, dejaba fuera la posibilidad de participación directa por parte de los ciudadanos; mientras que mantener el sistema tradicional de sufragio universal diluía el peso del pacto federal que dio vida a su nación.

Así, el Colegio Electoral se definió como una tercera vía a ambos sistemas, a efecto de atender el equilibrio electoral de los estados que conforman la Unión Americana. El Colegio Electoral atiende al factor poblacional y a la representación de cada estado. Está conformado por 538 electores. Para ganar la elección presidencial, una candidatura debe asegurar la mayoría de los votos, esto es, al menos 270.

El número de electores por cada estado se determina en función del número de representantes que tiene en ambas cámaras del Congreso: cada estado cuenta con dos electores por cada senador y un número variable de electores según su población para la Cámara de Representantes. Por ejemplo, el estado más poblado, California, cuenta con 55 votos electorales, mientras que los estados menos poblados, como Alaska, Vermont y Wyoming, solo tienen 3 votos electorales cada uno.

¿Cómo funciona el proceso? Después de que los electores emiten su voto, cada estado lleva a cabo su propia votación. El candidato que gana la elección en ese estado se lleva todos los votos electorales, salvo en el caso de Maine y Nebraska, que asignan sus electores de manera proporcional. En general, se trata de un sistema conocido como "the winner takes it all". En cualquier caso, la candidatura que consiga al menos 270 votos, lo que representa el 50% más uno de los electores totales, será la ganadora de la elección presidencial. En este contexto, una vez culminada la jornada electoral y realizado el conteo de votos populares, los electores de cada estado se reunirán a mediados de diciembre para emitir sus sufragios. Posteriormente, estos son enviados al presidente del Senado y al archivista, antes del cuarto miércoles de diciembre.

Los votos de todos los electores del país son contados a principios de diciembre y es el presidente del Senado quien anuncia qué candidato ha alcanzado los 270 votos. Si ninguno lo hace, la presidencia es decidida por la mayoría de la Cámara de Representantes.

El final de este proceso será el 20 de enero de 2025, día de la inauguración presidencial y tal vez ese día se abra un nuevo capítulo en la historia moderna. Y es que personas de todo el mundo observaremos esta elección pensando que quizá una mujer afrodescendiente, hija de inmigrantes, gobierne desde 2025 los Estados Unidos de América, lo que seguramente cambiaría la visión de la política mundial y la distribución del poder; lo que rompería techos de cristal y empoderaría a una parte del mundo que históricamente ha vivido relegada de los cargos, pero no de las cargas. Quizá así suceda el destino de esa gran nación (y del mundo). Quizá.

Magistrado Electoral del TEPJF

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