Colocados entre dos trampas, la de la estanflación y la de la deuda, los bancos centrales ni pueden hacer mucho –tal como muestran los pobres efectos del endurecimiento de la política monetaria sobre la inflación- ni pueden dejar de hacer si aspiran a ser creíbles.

“Hay algo severamente mal en las ideas prevalecientes sobre política monetaria cuando los bancos centrales protegen su credibilidad empujando a las economías a la recesión”
(Sanna Marin, Primer Ministra de Finlandia, citada por Juan Carlos Moreno-Brid en CEPAL XXXIX Período de Sesiones, Argentina, 24-26/10/2022).

Están en una encrucijada entre dos desgracias que derivan de otra: Esta es la de los términos de su autonomía, particularmente por lo que hace de sus dirigentes tomadores de decisiones no electos democráticamente y con capacidad destructiva equivalente a la que el gobierno de Estados Unidos le inventó a Sadam Husein; la primera derivada es la preeminencia de la política monetaria sobre la fiscal, justo cuando esta es más urgente que la otra, y la segunda, es la tasa de interés en calidad de arma multiusos y, para acabarla de acabar, subordinada a las decisiones de la FED que, conociendo su historia, no se mueven ni cerca de la infalibilidad.

La complejidad de la situación se agrava considerablemente en función de la desigualdad en la distribución del ingreso. La vieja disputa por el excedente económico, que tanto inquietó a David Ricardo, tiene como ganador al capital financiero y como perdedores a la actividad productiva y al trabajo. La rentabilidad de inversiones propiamente tales deberá superar a la suma de tasas de interés, pasiva y activa; primero, para definir el uso alternativo del ingreso que supere al consumo y, después, para amortizar el financiamiento requerido.

El caso del trabajo es mucho más dramático por la insuficiencia del ingreso y el requerimiento complementario de recursos que alcanzan, más que un costo financiero, una renta usuraria, tanto en la intermediación financiera bancaria cuanto en la, ¡todavía peor!, informalidad prestamista. A los trabajadores les complica la vida la inflación y la supuesta cura, la elevación de la tasa de interés, se las convierte en imposible. Vale la pena preguntarse algunas cuestiones sobre la situación:

¿Cuáles son las ventajas, en una sociedad democrática, de contar con diseñadores (es un decir) de política monetaria que no son electos democráticamente?; ¿por qué las ganancias de los dos bancos españoles que operan en México, obtienen aquí tres quintas partes de sus ganancias globales?; ¿cómo se regulan los tamaños de la tasa de interés pasiva (GAT, Ganancia Anual Total ) –la que el banco paga a los ahorradores- y la activa (CAT, Costo Anual Total)–la que el banco cobra a los sujetos de crédito y, peor aún, a los tarjetahabientes-

¿Y si se regula el margen de intermediación?
¿Y si se regula el margen de intermediación?

Con una duradera complacencia de la autoridad correspondiente, en México los bancos no compiten, se coluden para exprimir a su clientela y, los extranjeros, para trasladar buena parte del ahorro nacional a sus matrices; nuestra triste circunstancia desde la reprivatización y extranjerización de la banca y desde la infame autonomía del Banco de México. El inquieto, y polémico, reformismo oficial, además de orientarse a mejorar tributación y calidad del gasto, podría democratizar los espacios de significativas y muy importantes decisiones que, en la actualidad, provocan el desempleo, el subempleo y la miseria de millones de mexicanos.

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Jathalia Vega Licenciada en Economía de la UAM.

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