Federico Novelo y Urdanivia

Un gobierno apetecible

27/01/2024 |04:38
Federico Novelo y Urdanivia
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“… el experimento de Roosevelt es un esfuerzo sistemático para poner al capitalismo bajo las andaderas de los principios. Habrá de ser el sirviente, no el amo, del pueblo americano, pues, por experiencia, se ve cómo resulta incompatible con el progreso social ordenado toda otra relación entre el pueblo y el capitalismo” (Harold Lasky, 1934, Trimestre Económico # 1, FCE, México, p. 18).

Las impresiones del notable socialista H. Lasky sobre los principios que guiaron el New Deal, con el que el presidente Franklin D. Roosevelt aspiró a mucho más que paliar los pavorosos efectos de la Gran Depresión, para acercar a la sociedad estadounidense al entrañable oxímoron del Socialismo Liberal, fueron escritas con la incómoda compañía de la incertidumbre por cuanto aquel notable proceso le aclaró al capital financiero que la Casa Blanca dejaba de ser un anexo de Wall Street. La respuesta de los banqueros, en ese año, era una incógnita.

1934 fue, también, el año en que John Maynard Keynes y Franklin Delano Roosevelt tuvieron un encuentro, decepcionante con reciprocidad, en los Estados Unidos, según Frances Perkins, Secretaria del Trabajo del gobierno estadounidense. Para el primero, el presidente contaba con muchos menos conocimientos económicos que los correspondientes a un estadista (“Supuse que era más culto, económicamente hablando”); para el segundo, aquel que llegaría a ser considerado el más influyente economista del siglo XX le pareció

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un matemático que llenó un pizarrón de fórmulas ininteligibles (“Él debe ser un matemático, más que un economista político”).

En la historia económica internacional, las políticas del Nuevo Trato guardan una estrecha relación con las elaboraciones keynesianas, en buena medida por la heterodoxia que acompañó, hasta 1937, a la gestión de ese gobierno. En el año de referencia, Roosevelt intentó abandonar el déficit, mediante un presupuesto equilibrado y, así, paralizó al sistema económico estadounidense hasta la aparición, en palabras de Paul Krugman, de la gran obra pública: la Segunda Guerra Mundial.

Figuras como Henry Morguenthau II, Harry Dexter White, John Rogers Commons, Rexford Guy Tugwell y Adolf A. Berle e indirectamente, como John M. Keynes, participaron –con muchos otros- en la edificación del Nuevo Trato y del naciente Estado de Bienestar en los Estados Unidos. La intensa luz de un socialismo liberal, democrático y regulador intransigente de la economía de mercado, que acompañó a los años de Roosevelt, se apagó con su fallecimiento en la primavera de 1945.

La llegada de Truman al poder, la gerencialización del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, con la designación de John J. McCloy como director del primero y del belga Camille Gutt del segundo; el establecimiento de las sedes de ambos organismos en Washington, y no en Nueva York, como se había acordado para mantenerlos alejados del influjo político estadounidense, y cerca de la Organización de las Naciones Unidas, más el inicio de la Guerra Fría por el profundo anticomunismo de Truman, marchitaron cualquier posibilidad plausible de acuerdos entre los dos

vencedores del nacional socialismo alemán, del Partido Seiju japonés y del fascismo italiano: EUA y la URSS.

Duradero y brillante gobernante, Roosevelt merece el reconocimiento de estadista mayor del siglo XX; cuánto dolor experimentaría al saber del eventual retorno del subnormal a la Casa Blanca. ¿Qué le pasó a los electores gringos? Y, ¿qué le pasará a su país y al mundo? Nada bueno.

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