PRESENTACIÓN.

“La crisis consiste precisamente en que lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede nacer; en este interregno se producen los más diversos fenómenos mórbidos” (Antonio Gramsci, 1930, Cuadernos de la cárcel).

El largo camino del liberalismo en Occidente, por mucho tiempo se recorrió sin convivir con la democracia: “Es mi firme convicción que, en nuestro país, el sufragio universal es incompatible no solo con esta o esa forma de gobierno y con todo aquello para el beneficio de lo cual existe un gobierno, sino que es incompatible con la propiedad y que es, en consecuencia, incompatible con la civilización” (Thomas Macaulay, citado en Przeworski, 2022: p. 40).

En la actualidad, la democracia liberal se encuentra en serios aprietos que, en obvio de términos, se originan en la pérdida de los valores liberales y democráticos, no solo en aquellos espacios en los que se perpetran desproporcionadas agresiones, como Palestina, Líbano y Ucrania; la democracia, en palabras de Nadia Urbinati, se desfigura, también, en dónde las instituciones que concretan esos valores tienden a convertirse en prescindibles (Urbinati, 2023, Democracia desfigurada. La opinión, la verdad y el pueblo, Prometeo Editorial: pp. 11-29).

A lo largo de la historia, la democracia ha enfrentado múltiples y, en ocasiones, graves crisis (Keane, 2018, Vida y muerte de la democracia, FCE: pp.183-468). La particularidad del momento consiste en la dominancia del homœconomicus y, en general, de la economización de todos los aspectos de la vida que se ha impuesto durante la larga noche neoliberal que arranca en los años ochenta del siglo XX y que se fraguó desde el Coloquio Lippmann, celebrado en París durante 1938 (Foucault, 2007, Nacimiento de la biopolítica, FCE: pp. 93-188).

La diferencia con anteriores crisis, en primer lugar, se encuentra en la disponibilidad de alternativas fraguadas en el seno de la propia democracia. Gobiernos que alcanzan el poder a partir de las reglas del juego, las instituciones democráticas para, desde ese poder, desfigurarlas.

En la más relevante elección a celebrarse en 2024, el próximo 5 de noviembre y en los Estados Unidos, un aspirante es iliberal, anti institucional y… tiene significativas posibilidades de triunfar. Su adversaria, no hay que olvidarlo, participa de una curiosa y reiterada violentación de los acuerdos de la Organización de las Naciones Unidas que, desde 1967, han insistido en el repliegue de Israel para devolver los espacios ocupados desde la Guerra de los Seis Días y ampliados en distintas confrontaciones posteriores. Republicanos y Demócratas, cada uno a su manera, honran poco y mal a la institucionalidad democrática.

Simultáneamente, está en curso un debate sobre el carácter democrático de la Constitución estadounidense y, especialmente, sobre la pertinencia de un sistema electoral que puede convertir en triunfadora a una persona que no obtenga la mayoría del voto popular; el intervencionismo estadounidense, desde 1917 al menos, se ha motivado en la aparente democratización de territorios ajenos a ese país. El contexto del discurso de los 14 puntos de W. Wilson y, particularmente, la intención de concluir la Primera Guerra Mundial sin la victoria de la Entente ni la derrota de los imperios centrales, fue el de la creación de un nuevo orden político internacional consistente con la institucionalidad estadounidense.

Vale la pena evocar esas taras de la política de los Estados Unidos y su acostumbrada intromisión en asuntos que corresponden a naciones soberanas, ahora que hasta las reformas constitucionales mexicanas parecen, a sus ojos, temas de su incumbencia. No lo son.

1 Profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM, México).

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