EN MEMORIA DE ROSAURA CADENA GONZÁLEZ.
“Keynes es uno de los más importantes e influyentes economistas que haya vivido. Existe la casi universal creencia que Keynes escribió su magnum opus, Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, para salvar al capitalismo del socialismo, del comunismo y de las fuerzas fascistas que estaban al alza durante la Gran Depresión. Este libro argumenta que esto no fue el caso con respecto al socialismo” (James Crotty, 2019, Keynes Against Capitalism. His Economic Case for Liberal Socialism, Routledge. Taylor & Francis Group, London and New York, p. 1).
Además de los lamentos sobre el triunfo electoral de D. Trump, hay una machacona insistencia demócrata sobre las buenas condiciones de la economía estadounidense que no pareció importar al electorado. Lo que va de este siglo -desde la Agenda 2010 para Alemania, elaborada por los socialdemócratas en 2003, hasta el panorama económico estadounidense en el agonizante 2024- testifica la puesta en marcha de una estrategia laboral consistente en reducir los salarios para incrementar la ocupación. El buen desempeño de la economía estadounidense, incluso la cercanía al pleno empleo, es una realidad para las élites, no para la clase obrera que padece la reducción real de sus salarios, por la espiral inflacionaria que es asimétrica y afecta principalmente a las mercancías para los asalariados, desde el precio de la vivienda hasta el de los alimentos, pasando por el ineficiente, costoso y sesgado sistema sanitario, puesto al servicio de las aseguradoras y las farmacéuticas.
La propuesta, totalmente neoclásica, no obsequia ninguna novedad ni teórica ni práctica. Parte del viejo planteamiento que sugiere que un cierto grado de flexibilidad -siempre a la baja- en los salarios, propicia el pleno empleo. La lógica que sigue es la siguiente: la reducción de los salarios (los neoclásicos no hacen diferencia entre los nominales y los reales, aunque parecieran referirse a los primeros) reducirá los costos de producción y tal reducción permitirá la disminución de los precios; si la reacción de los consumidores se expresa como elasticidad de la demanda respecto a los precios (cosa que no siempre sucede: nadie se lava menos veces la boca ante el eventual encarecimiento de la pasta dental), la demanda crecerá y, con ella, la inversión y la ocupación.
Keynes se ocupó del asunto, entre otras cosas, porque la reacción de Jacob Viner y de John Hicks a la publicación de la Teoría general…, consistió en tratar de subsumirla al mainstream mediante la incorporación de esa flexibilidad al cuerpo de la elaboración keynesiana. Muy al principio de su trascendente aportación, Keynes establece su posición al respecto, extraída de la conducta de la propia clase trabajadora:
“… la experiencia diaria nos dice, sin dejar lugar a duda, que, lejos de ser mera posibilidad aquella situación en que los trabajadores estipulan un salario nominal y no real, es el caso normal. Si bien los trabajadores suelen resistirse a una reducción de su salario nominal, no acostumbran abandonar el trabajo cuando suben los precios de las mercancías para asalariados. Se dice algunas veces que sería ilógico por parte de la mano de obra resistir a una rebaja del salario nominal y no a otra del salario real […]; pero lógica o ilógica esta es la conducta real de los obreros” (John Maynard Keynes, 1958, Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, FCE, México, p. 20).
A los neoclásicos, abandonados a la colocación de supuestos donde debiera haber explicaciones, se les escapa el hecho de que es el salario nominal (monetario) el que los trabajadores pactan con sus empleadores, y no el real, que depende del comportamiento futuro los precios de los bienes salario.
Desde la campaña presidencial de Hilary Clinton, los demócratas se mostraron optimistas con el desapego en el que habían incurrido respecto a la clase trabajadora. Un desapego inaugurado, desde el gobierno, por Ronald Reagan y profundizado por Bill Clinton y Barack Obama, en pleno auge del orden neoliberal. A través de Henry Morgenthau y, más puntualmente, de Harry Dexter White, el presidente Franklin D. Roosevelt conoció las propuestas de Keynes y las aplicó al orden del New Deal, que incluía una alianza del Partido Demócrata con la clase trabajadora.
Con su nueva derrota ante Donald Trump, los demócratas están pagando el costo de la ruptura de esa alianza y su conversión en una élite asociada, por el lado del Pacífico, a Silicon Valley y, por el Atlántico, a Wall Street. Recomponer el camino exige el regreso a la sabiduría heterodoxa de Keynes y a la cercanía con la clase obrera. Más vale tarde que nunca escuchar, por ejemplo, a Bernie Sanders.