“Para la gente sencilla es indudable que la causa más próxima de esclavización de una clase de hombres por otra es el dinero. Ellos saben que es posible causar más problemas con un rublo que con un garrote; solo la economía política no quiere saberlo” (León Tolstói, ¿Qué vamos a hacer entonces? , citado en Michael Hudson (2018), Matar al huésped , Capitán Swing, Madrid, p. 559).
En fecha reciente, se publicó un Informe del Instituto Roosevelt (Causes of and Responses to Today´s Inflation), que tiene a Joseph Stiglitz como coautor y en el que se denuncia el propósito de los bancos centrales de provocar una recesión, o de empeorarla si de cualquier modo se produce.
Estas decepcionantes ambiciones, que caminan sobre los aumentos de las tasas de interés, no ignoran los enormes problemas que causan ni las verdaderas víctimas de tamaña irresponsabilidad. Lo que sí parecen ignorar es el débil efecto que las medidas adoptadas tienen sobre la reducción de la inflación.
En la imitación sin límites que practica el Banco de México, el sometimiento al capital financiero internacional es inocultable. Los beneficios de la llamada banca comercial han crecido exponencialmente y las necesidades de consumo, sumadas a la anémica cultura financiera, de los tarjetahabientes se explican con reciprocidad por la resignación a cubrir las mensualidades mínimas que establecen los propios bancos. El equivalente a pagar el servicio de la deuda sin amortizarla.
Resulta inexplicable el desamparo en el que se debaten los deudores mexicanos, con la indiferencia oficial y la total ausencia de regulación sobre los abusivos márgenes de intermediación que se realizan en México. El carácter parasitario del capital financiero incrementa la magnitud de los daños que produce por el sonambulismo gubernamental. Es hora de despertar.