Dos de las principales figuras de la época, Joseph Schumpeter, en ese momento profesor en Harvard, y Lionel Robbins, de la London School of Economics, salieron a la palestra para exhortar concretamente a que no se hiciera nada. En efecto, la depresión debía seguir libremente su curso, única forma en que llegaría a curarse, de modo espontáneo. La causa de la crisis era la acumulación de venenos en el sistema; a su vez, las penalidades resultantes eliminarían la ponzoña y devolverían la salud a la economía. Según lo declaró explícitamente Joseph Schumpeter, el restablecimiento del sistema siempre tendría lugar espontáneamente. Y añadió; ´Y eso no es todo: nuestro análisis nos condice a creer que la recuperación sólo puede ser efectiva si se produce por sí misma´” (citado en John K. Galbraith, 1989, Historia de la economía, Ariel, Barcelona, p. 213).

En ocasión de poner en circulación el neo estructuralismo desarrollista, la anterior administración de la CEPAL, la de la Doctora Alicia Bárcena, publicó -entre otros- un trabajo de Robert Boyer que concluye con la extraña recomendación de vincular a Schumpeter con Keynes, para afrontar los nuevos desafíos del subdesarrollo. La peregrina idea ha contado con innúmeros repetidores que, o no saben u olvidan las aficiones liquidacionistas del sobreestimado autor de la Historia del Análisis Económico, absurdamente sintonizado, durante la Gran Depresión, con Andrew Mellon, Secretario del Tesoro del presidente Calvin Coolidge (1925-1929).

La propuesta schumpeteriana más emblemática, promover la destrucción creativa, ha inspirado a incontables estudiosos del cambio técnico, de los sistemas nacionales de innovación y, en el fondo, de la contabilidad comparada de patentes.

Si se asumen que el sistema económico recorre una trayectoria cíclica, conviene no olvidar en qué tramo del ciclo económico toma su sitio la propuesta de Schumpeter. Es en la fase B, la depresiva, cuando más necesario es el estímulo del Gran Gobierno que evoca Hyman Minsky. Además de liquidacionista, el buen don José es un austericida que, en sus tiempos de responsable del Banco Central de Austria, durante la Gran Guerra y como nos lo recuerda S. Zweig, prestó oídos a los consejos de Mefistófeles y se puso a imprimir moneda sin ningún respaldo. Curioso fuego amigo puesto al servicio de liquidar, también, al imperio Austro-Húngaro.

Me permito evocar la posición de Keynes frente a los liquidacionistas: “Les parece que sería un triunfo de la injusticia si tanta prosperidad no se viera subsiguientemente equilibrada por una bancarrota universal. Según dicen, necesitamos lo que educadamente llaman una ´liquidación prolongada´ que nos ponga en el buen camino. La liquidación, nos dicen, no se ha completado todavía; pero con el tiempo lo hará. Y cuando haya pasado suficiente tiempo para que se complete la liquidación, todo volverá a ir bien. Las voces que nos dicen que la vía de escape se halla en la economía estricta y en abstenerse, siempre que sea posible, de utilizar la producción potencial del mundo, son voces de insensatos y locos de atar” (J. M. Keynes, 1932, The World´s Economics Outlook, Atlantic 1, p. 526.

Existen poderosas razones, como nos recuerda Ha-Joon Chang, para no olvidar las diversas muestras de envidia que, durante buena parte de su existencia, Schumpeter le mostró a Keynes. Tratar de combinarlos es, de nueva cuenta, una propuesta formulada por nuevos locos de atar.

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