Los presupuestos para las universidades públicas, quitando los gastos en inversión, están comprometidos, en lo fundamental, para remunerar a quienes trabajan en ellas, dejando un margen muy pequeño para otros gastos de operación. Y el abanico de remuneraciones es de una amplitud que rebasa las gradaciones adecuadas de desigualdad por funciones.
“La justicia o la injusticia de la actuación de los sindicatos se convierte en una simple cuestión de prudencia y derechos sociales, ninguno de los cuales se decide por necesidades inflexibles de economía política” (John S. Mill, 1848 [1985], Principios de economía política, FCE, México, p. 851.
La espiral inflacionaria en curso se expresa con mayor capacidad destructiva en alimentos y bebidas, bienes en cuyo consumo se emplea una alta proporción del ingreso de los primeros deciles de nuestra sociedad, de los hogares más pobres.
En la historia de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), que en el peliagudo 2024 cumplirá 50 años de operación, la historia compartida con el Sindicato Independiente de Trabajadores de la Universidad Autónoma Metropolitana (SITUAM) arroja un saldo heroico, principalmente por ser un sindicato mixto de trabajadores administrativos y docentes; un espacio en el que mal conviven muy bajas y muy altas remuneraciones; obligaciones cotidianas y muy delgados compromisos, de horario y de trabajo, con la universidad. Formas inexcusables de clasismo, hasta la ausencia del saludo hacia quienes se supone que realizan mal tareas menores.
En esa historia, por décadas, se ha construido un diálogo de sordos, con alucinantes demandas sindicales de aumento salarial y respuestas institucionales que invariablemente se sostienen a lo largo de la negociación, con o sin estallido de la huelga; es un hecho que, en alguna de las interpretaciones de la autonomía, las universidades reciben instrucciones respecto al tope salarial que más conviene a la estabilidad de precios (otro deja vú neoliberal que tampoco se quiere ir).
Es la cuestión que las diferencias de ingreso entre el personal docente definitivo y el temporal, en el segundo caso con abrumadoras cargas de docencia que no tienen ni pueden tener sustento pedagógico y que resultan de la negativa al trabajo por parte de muchos de los definitivos, y entre los primeros y el personal administrativo arrojan un coeficiente de Gini (donde 1 es desigualdad perfecta y 0 igualdad completa) de alrededor de 0.65, mayor que el de Sudáfrica, el país más desigual del planeta.
En el horizonte visible no parece haber espacio para una nueva carrera precios-salarios y, sin embargo, el SITUAM sí puede actuar con justicia a su interior, negándose a negociar un incremento porcentual de los salarios, que profundiza la desigualdad, y optando por un monto fijo que comenzaría a cerrar el abanico.
La pesada burocracia sindical tiende a oponerse, por los efectos de una medida así en el manual de puestos; algo que no debe tener importancia alguna y que, en caso de tenerla, deberá caer en el terreno de los abogados.
El Rector General de la UAM, Doctor José Antonio de los Reyes Heredia, está convocando a realizar cambios en la casa abierta al tiempo, de cara a su primer cincuentenario. Oportunidad propicia para cambiar, también, la vida sindical y la negociación salarial. Ni mayor desigualdad ni huelga.
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