“A su amigo, Lázaro Cárdenas, lo puede Usted hacer esperar el tiempo que le parezca. Al Presidente de México, no” (Parte de un diálogo del presidente Lázaro Cárdenas con el Jefe Máximo de la Revolución, general Plutarco Elías Calles, en la casa del segundo, en Cuernavaca, Morelos).
Tzvi Medin, notable historiador del Maximato hasta el alemanismo, le atribuye a este diálogo el comienzo de las hostilidades entre Cárdenas y Calles, donde Emilio Portes Gil aportó grandes dosis de cizaña y, más significativamente, le atribuye el comienzo del presidencialismo mexicano, en la acepción de un ente que ejerce facultades metaconstitucionales.
El asunto viene a colación por la abultada herencia, de filias y fobias, que el sexenio crepuscular deja en manos del gobierno que inicia el martes próximo, por no hablar del numeroso cuerpo de funcionarios que han colocado (o acordado colocar) en el nuevo gabinete; retóricamente, la continuidad con cambio puede situar en el denso espacio de la incertidumbre el sentido del término cambio. El de continuidad, por su parte, está clarísimo.
El éxito indiscutible del llamado Plan C, cuando nadie apostaba por el triunfo morenista en Veracruz, Puebla, Morelos, Yucatán y la Ciudad de México, es un mérito que nadie puede regatear al presidente López Obrador y a su asombrosa capacidad de comunicación con los grandes contingentes de olvidados por los gobiernos prianistas desde 1982 hasta 2018.
Los programas sociales, el crecimiento más que significativo del salario mínimo y, en obvio de términos, una derrama de liquidez que permitió a la función consumo cumplir con su papel de fuerza dinamizadora del sistema económico, deben anotarse en el listado de grandes aciertos gubernamentales.
La debilidad de la infraestructura, los insumos y el personal necesarios en el sector salud, al lado de un gasto pésimamente dirigido a la educación, comenzando por la capacitación y evaluación de los docentes, dejan en números rojos el desempeño gubernamental en estas estratégicas tareas de cualquier Estado.
La apreciación artificial de nuestra moneda, mediante la lamentable combinación del endurecimiento de la política monetaria y la entrega de jugosos beneficios a un capital, nacional y extranjero, abandonado a la reprobable práctica de la especulación, fue un obsequio gubernamental que puso en tensión la supuesta, e innecesaria, autonomía del Banco de México, para callar los augurios del peso devaluado como respuesta al triunfo electoral de AMLO que, en ese terreno, no mostró mayor diferencia con lo hecho durante el salinato.
La costosa gestión desarrollada para cancelar el aeropuerto de Texcoco, cuando pudo pactar con el capital privado su financiamiento y operación; los resultados de la construcción de obras promotoras del crecimiento del sureste mexicano, entre las que destaca el tren transísmico como un atinado sustituto del Canal de Panamá, tendrán que evaluarse en el mediano plazo, aunque su costo ambiental ha resultado brutalmente alto, en el muy corto.
El poder, no solo económico, que se le ha cedido al ejército y a la marina durante todo el sexenio, conforma un enclave sobre el que muy poco, si algo, podrá hacer nuestra primera presidenta, con muy pocas posibilidades, si alguna, de retornar a la gestión civil el control de aeropuertos, aduanas e incluso la seguridad pública.
La triangulación del Jefe Máximo, en el pasado, para controlar a los Poderes Ejecutivo y Legislativo, a través del PNR, difícilmente podrá repetirse desde MORENA, pero la dirección de ese híbrido de partido y movimiento es de AMLO para los propósitos que apetezca.
En todo este panorama, una pregunta flota en el ambiente: ¿Cuándo conoceremos a la presidenta? La no militancia en el PRI, la vocación científica que profesa, la historia personal, de izquierda, son cosas que mueven, de manera casi imperceptible, a tener la esperanza en que, ahora sí, los emblemas del neoliberalismo: la autonomía del Banco Central, la apertura indiscriminada y los topes -por debajo de la inflación- a los salarios contractuales, sufran la eutanasia que merecen.
Es llegado el momento de enfatizar más el cambio que la continuidad. Oj Alá.