“Después de veinticinco siglos, el desafío a la democracia sigue viniendo de la oligarquía” (Nadia Urbinati, 2023, Pocos contra muchos. El conflicto político en el siglo XXI, Katz Editores, Buenos Aires, p. 130).

El título del texto de la Urbinati corresponde, en versión muy ampliada, a la ayuda de memoria que Thomas Piketty nos ofrece al criticar el distanciamiento de la socialdemocracia europea de su base original, la trabajadora, para, paradójicamente, imaginar e instrumentar medidas neoliberales -pro mercado, en obvio de términos- que correspondían al dumping fiscal anglosajón (Reino Unido y EUA), resultado de la combinación de recortes fiscales a los ricos con austeridad de los gastos en educación, salud y en el estabilizador automático por excelencia que es el seguro del desempleo (Thomas Piketty, 2020, Capital e ideología, Grano de Sal, México, pp. 565-670). La versión ampliada de esta separación de los partidos políticos de sus seguidores, abarca a todos los institutos políticos que participan en una democracia minimalista, que satisface las formalidades de elecciones regulares, medios de comunicación independientes, etcétera, y que es resultado de acuerdos elitistas.

La instauración del neoliberalismo, ahí donde llegó por medio de la institucionalidad democrática1 -en el Reino Unido, Nueva Zelanda y los Estados

Unidos (dos de los cuatro “retoños de Occidente”, así bautizados por Angus Maddison, faltaron Australia y Canadá)- significó una auténtica contrarrevolución; en primer lugar, contra los acuerdos de Bretton Woods, en materia económica y particularmente monetaria y financiera. En segundo sitio, en contra de lo que Gary Gerstle (2023, Auge y caída del orden neoliberal. La historia del mundo en la era del libre mercado, Península, Barcelona) y Yanis Varoufakis (2024, Tecnofeudalismo: el silencioso sucesor del capitalismo, Deusto, Madrid) han denominado el orden del New Deal; en el primer caso y al término de la Segunda Guerra Mundial, el crecimiento de los salarios estadounidenses por encima de la productividad y la apertura a manufacturas de origen alemán y japonés (países en los que la productividad crecía por encima de la de los EUA y, también, de sus respectivos salarios domésticos), fueron circunstancias por las que la balanza comercial de los Estados Unidos experimentó un déficit sostenido, mientras algunos países, como Francia, que acumularon dólares y, de acuerdo con lo establecido en Bretton Woods, los cambiaron por oro (a 35 dólares la onza).

La combinación del déficit comercial con la salida de oro de las arcas del Departamento del Tesoro, llevaron al entonces presidente Richard Nixon a romper, primero, con el compromiso de la convertibilidad de los dólares en oro, al precio referido y, después, a devaluar el dólar que se había impuesto, desde 1943, como la moneda internacional (en lugar del bancor, propuesto por Keynes) por los “buenos” oficios de Harry Dexter White.

Ambas decisiones trastocaron al, de suyo vulnerable, sistema monetario internacional, desatando una inestabilidad en los tipos de cambio que rápidamente se amplió a los tipos de interés. Un evento militar, en el Medio Oriente, la llamada Guerra del Ramadán, tomaría su sitio en la conflictiva situación de aquellos años setenta del siglo XX.

Los países árabes decidieron boicotear, primero, la venta de petróleo a los países de Occidente que apoyaron a Israel durante las hostilidades de 1973; el segundo paso consistió en beneficiarse de los exorbitantes precios que alcanzó el hidrocarburo; al desorden monetario global, obsequiado por las decisiones de Nixon, se sumó un crecimiento alucinante de los precios internacionales del petróleo, de los que surgió el extraño acontecimiento -actualmente en vías de repetición- denominado Estanflación (estancamiento con inflación).

Ahora, cuando existen serias posibilidades del regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, no está de más recordar que el radical reformismo neoliberal impuesto por Ronald Reagan durante los años ochenta del siglo pasado, desde el despido de 10 mil controladores aéreos y una confrontación duradera y ventajosa en contra de los sindicatos hasta el incremento notable del presupuesto para la defensa, el más grande en tiempos de paz, se aplicó en el ánimo de desmoronar al llamado orden del New Deal. Desde mucho tiempo atrás, el Partido Republicano es el hogar de la intolerancia.

A propósito del atentado contra Trump, el New Statesman de julio recoge la atendible reflexión de Geoff Dyer: “Una bala destinada a él mató a un espectador: un desenlace parabólico que ilustra cómo las personas que lo apoyan son las que tienen más probabilidades de pagar el precio por hacerlo”.

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