“Los gobernantes estadounidenses se han dado cuenta de que cada vez resulta más preocupante y evidente que los nubelistas chinos ya han adquirido un poder que los estadounidenses tendrán difícil emular: el poder derivado de la exitosa fusión de capital en la nube y las finanzas, o las finanzas en la nube. Esto es el tecnofeudalismo con características chinas” (Yanis Varoufakis, 2023, Tecno-feudalismo. El sigiloso sucesor del capitalismo, Deusto, Bracelona, p. 163).
La sorprendente lucidez y firmeza que adornó el 3er Informe sobre el Estado de la Unión, presentado la noche del 7 de marzo por el presidente Biden, dejó en claro numerosas diferencias con su adversario republicano, que van del espíritu liberal de su país al respeto irrestricto a la ley y a la voluntad popular en los procesos electorales. No obstante, pareciera que alguna coincidencia flota en el ambiente, respecto a China.
Varoufakis recuerda que, tanto el 15 de mayo de 2019, como en octubre de 2022, Trump y Biden, respectivamente, han intentado impedir el acceso chino a tecnologías cruciales. En el primer caso, en contra de los smartphones fabricados por Huawei y con la pretensión de conducir a Europa a la misma posición, en el despliegue de redes móviles 5G; en el segundo, con la restricción de la venta de semiconductores y equipo para la fabricación de chips. Aunque Biden declaró el jueves que no desea la confrontación, sino la competencia, con China, hay formas de competir que no se apegan a la lealtad con la que se alaba al libre comercio.
Por su parte, el subnormal amenaza con aplicar un 60 % de aranceles a la exportaciones desde China a los EUA; en ambos casos, el desapego a las reglas de la Organización Mundial de Comercio (OMC) es flagrante, especialmente respecto al principio de Nación más favorecida. Estados Unidos, en 1947, fue fundador del Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés) y, al despunte del siglo actual, promovió el ingreso de China al organismo sustituto, que aconteció en 2001. Pues bien, todo país que ingresa a la OMC tiene plenos derechos de disfrutar de bajos aranceles, al igual que el resto de las naciones participantes.
Durante su primer, inolvidable y esperemos que único, mandato, el señor Trump puso en graves aprietos a la OMC y, en general, mostró muy poco respeto, si alguno, a los organismos internacionales, por lo que el cumplimiento de sus actuales amenazas, en el inquietante caso de su retorno al poder, no debería sorprender a nadie.
Para México, con cualquiera de las aspirantes en el poder, el problema se magnifica porque los dos candidatos a la presidencia en los Estados Unidos no solo quieren a las inversiones y mercancías chinas fuera de su país, sino de toda América del Norte; aquí, las relaciones económicas y comerciales con China han crecido velozmente y es, o debiera ser, un propósito nacional diversificar nuestras interacciones en el ámbito internacional.
En el derrumbe de la globalización, la primera víctima parece ser el multilateralismo y los cambios políticos por venir en nuestro vecino del Norte no ofrecen ningún sitio para el optimismo. La cuestión es que existe la alta probabilidad de ser forzados, aquí, a romper las relaciones comerciales y económicas con China, por las malas o por las peores, y por una decisión externa. Para este caso (hay muchos otros espacios en los que es ampliamente superior -como la migración-), Biden resulta menos peor que Trump y solo eso.