“… la ética de la intención y la ética de la responsabilidad; si el valor en sí del actuar ético -la intención- debe bastar a su justificación… O si se debe tomar en consideración la responsabilidad por las consecuencias del actuar, de preverse como posibles o como probables” (Max Weber, 1959, El método de la ciencia histórico-social, Grijalbo, Barcelona, p. 330).

En una metamorfosis llamativa, l@s aspirantes a ganar la elección presidencial del próximo 2 de junio, han puesto en ejercicio una reafirmación de los llamados programas sociales del gobierno que vive su cuarto menguante y han prometido la puesta en ejercicio de más programas de este tipo, mostrándonos -en la lógica weberiana- un volumen considerable de la ética de la intención que, en la medida en que experimenta un alucinante crecimiento, deja muy atrás, prácticamente desinflada, a la ética de la responsabilidad.

Si la primera se destina a la definición de los qué, la segunda consistiría en la descripción de los cómo. Becas, transferencias de la cuna a la tumba, tarjetas de la salud, medicamentos gratuitos (o, más bien, pagados por el gobierno), inversiones públicas cuantiosas en agua, energías limpias, equipamiento de policías municipales, transporte y hospitales, son parte de las ofertas subastadas, principalmente, por las dos candidatas que encabezan las preferencias, según las numerosas y, más o menos (según quién las pague) sesgadas, encuestas hasta hoy publicadas.

Grandes decepciones esperan a quienes estén dispuestos a entregar su voto a cambio de promesas tan generosas, aunque su viabilidad o posibilidad esté cubierta por una densa capa de incertidumbre fiscal.

El voluminoso gasto prometido se hace acompañar de una paradójica afirmación de ambas aspirantes: ¡No habrá reforma fiscal alguna!, aunque la que se confunde más ha prometido un nuevo pacto fiscal, entre el gobierno central, los estatales y los municipales; esto es que un pastel, de suyo pequeño y muy petrolizado, no cambiará de tamaño, nomás experimentará una descentralizadora repartición.

La media ética, en las buenas matemáticas de Weber, equivale a las medias verdades, que son las peores mentiras. A la hora de hacer política, una labor que debiera ser, también, pedagógica, resulta indispensable la comunicación de toda la verdad; si no hay variaciones en la participación de los contribuyentes del décimo decil, especialmente del 1 % más rico; si el referente macroeconómico de mayor relevancia para el presupuesto consiste en imprecisos modelos econométricos sobre el muy inestable precio internacional de un petróleo que ya comienza a escasearnos; si no habrá mayor transparencia en la definición de un gasto público que financia ocurrencias con recortes a necesidades sociales. Si no cambia nuestro panorama hacendario, buena parte de lo que se ofrece en las campañas quedará en acto de ilusionismo.

Ni ética ni económicamente, el país -en sus fiscalmente insostenibles condiciones- puede cargar con las actuales promesas de campaña. Y eso que existe el compromiso presidencial de no engañar… mucho.

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