Entre las numerosas paradojas de la historia nacional, destaca la posición adoptada por el Licenciado Benito Juárez García tras el triunfo de la República sobre el Segundo Imperio. Tras diez años de lucha, preferentemente armada, en defensa de la Constitución de 1857, se decide por reformarla; tras una vida política entregada a la causa del liberalismo, la búsqueda positivista de la disciplina de la sociedad y la designación de Gabino Barreda a cargo de la Instrucción Pública; el abandono del idealismo (liberal), para colocar en ese sitio el propósito del progreso por medio del orden.

La inestabilidad política que acompañó a la nación desde su independencia de España, el estancamiento económico y la falta de control de los gobiernos central y locales sobre amplias porciones del territorio aparecen como las variables explicativas, primero, de un Estado débil y una sociedad fragmentada (Lomelí, 2018; p. 85) y, después, de la mudanza de opinión presidencial.

Tras una insistencia machacona y duradera sobre los daños que la etapa neoliberal, iniciada en 1982, infligió a la mayoría del pueblo mexicano, el presidente Andrés Manuel López Obrador, en reciente (y sorprendente) declaración, opinó que el neoliberalismo podría ser bueno (asunto moral) si se despojara de corrupción; ¿cuáles de las causales agobiantes tras la Restauración de la República aparecen en el horizonte actual?

A diferencia de la inestabilidad política de entonces, hoy se padece una polarización en vías de agudización que parece haber evaporado las posibilidades del diálogo civilizado; como en ese tiempo, el sector externo ha propiciado un desempeño económico al que calificar de mediocre equivale a un elogio. Al colocar a la austeridad en el sitio que debió ocupar la recuperación, se incurrió en una pésima gestión de la Gran Recesión, iniciada por la muy sobreestimada señora Merkel, que produjo un bajo crecimiento global en la antesala de la pavorosa pandemia, con una duradera inflación –mal diagnosticada y peor atendida- al salir (o casi) del contagioso virus; el descontrol de los gobiernos locales y del central sobre entidades federativas completas, dominadas por el crimen organizado en presumible colusión con autoridades formales, ha desvanecido el supuesto monopolio gubernamental sobre la fiscalidad y sobre la violencia, suprimiendo el primer intercambio entre el gobierno y los gobernados que es la seguridad por imposición y por una pequeña porción de libertad.

El Juárez positivista pareció enfrentar sólidas razones para jubilar a su idealismo, todas provenientes de una terca realidad. No es el caso del presidente López Obrador frente al neoliberalismo; si gobernar es educar, la comprensión del programa (no modelo) neoliberal, diseñado desde el Coloquio Lippmann en 1938 en París, con un Estado mínimo y la vigencia plena de los mercados competitivos, produjo una cascada de reformas, no solo económicas, especialmente durante los años noventa del siglo XX; en el corazón de ese programa, en calidad de instituciones emblemáticas, se contabilizan: la autonomía del banco central, la apertura económica y los topes salariales. Si, como sucede, el crecimiento de los salarios solo opera en los mínimos, mientras los contractuales se someten a los extraviados objetivos de inflación, debemos enfrentar la noticia consistente en la sobrevivencia del neoliberalismo. NO SE HA IDO. Banco Central Autónomo, apertura económica y comercial (con un T-MEC bastante más adverso que el ido TLCAN) y topes salariales, los tres, aún se encuentran entre nosotros.

Posiblemente los escorpiones sin aguijón sean “buenos”, pero ya no serían escorpiones. Algo similar acontecería con el neoliberalismo sin corrupción.

Lomelí, Leonardo (2018), Liberalismo oligárquico y política económica. Positivismo y economía política del Porfiriato, FCE-FEUNAM.

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