“Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas frases de la Constitución y de la Declaración de Independencia, escribieron una letra de cambio que todo americano heredaría <<derechos inalienables a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad>>. Hoy en día es evidente que América no ha pagado esa letra de cambio, en cuanto respecta a sus ciudadanos de color […] América ha dado al pueblo negro un mal cheque, uno que han devuelto con la frase <<sin fondos>> escrita encima” (Martin Luther King Jr., 1963, Tengo un sueño, Washington, D. C.).

Entre las numerosas reacciones al fallido atentado en contra de Donald Trump, el pasado 13 de julio, la del presidente Joe Biden -formulada con sobriedad y lucidez- hizo referencia a que la violencia no es estadounidense, y tal afirmación resulta más comprometedora que el olvido y confusión de nombres de amigos y adversarios, por el que ha recibido numerosas y exitosas invitaciones a abandonar la carrera presidencial.

Baste recordar que el Reverendo King, al afirmar que <<una ley no hará que el hombre blanco me ame, solo impedirá que me mate>>, incurrió en un error fatal y fue asesinado el 4 de abril de 1968 por un hombre blanco. Negar el papel de la violencia en la historia de los Estados Unidos de América equivale a vaciarla de su más emblemático contenido.

Una nación con 342 millones de habitantes que dispone de 393 millones de armas en los hogares, con recurrentes y extraños atentados en escuelas, iglesias y comercios, puede denominarse de diversas maneras pero cualquiera

que se elija no deberá excluir la protagónica aparición de la violencia. El inquietante peso de la desesperación, en calidad de incentivo para el suicidio, el alcoholismo y el consumo de opioides, simultáneamente es una expresión de la violencia que representa dejar atrás a millones de trabajadores de escasa calificación, sin empleo y sin autoestima (Ane Case y Angus Deaton, 2020, Muertes por desesperación y el futuro del capitalismo, Ariel, Barcelona: 383 pp.).

La defensa de una hegemonía planetaria, desarrollada con violencia en Corea y en Vietnam, a miles de kilómetros del territorio estadounidense y con el terrible saldo de millones de muertes, es un signo de las mores ahí recreadas; para África y América latina, las intervenciones violentas son numerosas y paradójicas, toda vez que los Estados Unidos se otorgan el sitio de adalid de la democracia global.

No podrá olvidarse jamás la instauración de una dictadura militar, golpista y alumbradora del neoliberalismo, el 11 de septiembre de 1973 en Chile, financiada y velozmente reconocida por los Estados Unidos para cancelar el intento de establecer el socialismo por medios democráticos en América latina: “Por un lado, no existe ni la más mínima posibilidad de que el orden capitalista tolere una organización (constitucional, electoral, mediática) de la discusión que conduzca a tal resultado; por otro, si aun así se produjera un milagro, nos daríamos cuenta de con qué madera democrática se calienta el capital: la misma que en Chile en 1973, la misma que en todas las épocas de la historia en la que este se ha sentado en el banquillo de los acusados” (Frédéric Lordon, 2022, El capitalismo o el planeta, errata naturae, Madrid, p. 227).

En el recuento de calamidades, no puede ignorarse que el salto cualitativo del desarrollo industrial estadounidense, la Guerra Civil o de Secesión, que arrojó la mayor pérdida de vidas de su población en toda su historia, al menos hospeda dos versiones: la de la gesta heroica de abolicionistas contra esclavistas o la más creíble de proteccionistas norteños versus librecambistas del Sur que, de paso, liberaría fuerza de trabajo esclava para convertirla en mercancía. Lo que hace más creíble a la segunda versión es que la guerra comenzó en 1861 y el decreto de abolición de la esclavitud fue firmado en 1863 (Daniel J. Boorstin –compilador-, 1997, Compendio histórico de los Estados Unidos. Un recorrido por sus documentos fundamentales, FCE, México: pp. 333-338). Un siglo después del término de esa guerra, en 1965, se aprobaron los derechos al voto de la población afroamericana.

En la propia biografía política del presidente Biden es recurrente su voto aprobatorio, como legislador, de fondos para la Guerra en Vietnam hasta la invasión de Irak, pasando por la del Ramadán, la de Afganistán y la provocadora expansión de la OTAN hacia el Este (la misma que ha originado la reacción de Putin en Ucrania).

Quien se ha retirado de la contienda presidencial no ha sido una paloma pacifista durante su larga carrera política, como tampoco lo es el subnormal que ahí se mantiene; ¿lo será Kamala?

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