Federico Novelo y Urdanivia

La trampa transgénica del T-MEC y la Constitución

03/12/2022 |18:55
Redacción El Universal
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“Dentro de la jerarquía de las palabras obscuras y sin belleza, con que las discusiones económicas enturbian nuestra lengua, el vocablo integración ocupa un lugar muy destacado” (François Perroux, 1954, L´Europe sans Rivages, p. 419).

La descripción que se permitió obsequiar Donald Trump del Tratado de Libre Comercio de América de Norte (TLCAN): El peor tratado en toda la historia, fue el preámbulo del rosario de imposiciones que padecieron Canadá y México, a la hora de confeccionar al actual T-MEC. La lista es larga.

Los llamados socios comerciales regionales de los Estados Unidos (EUA) comenzaron por aceptar que el déficit comercial de este país era un problema norteamericano y no solo estadunidense, del que eran –además- parcial y abusivamente responsables y comprometiéndose a reducirlo; aceptaron también que, siendo un acuerdo trilateral, se reformara mediante dos acuerdos bilaterales: EUA-México, primero y EUA-Canadá, después, porque así lo dispuso el gobierno de Trump.

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El comenzar las rondas con México significó, casi sobra decirlo, quebrar al eslabón más débil de América del Norte. Las ambiciosas imposiciones estadounidenses en el estratégico tema de las reglas de origen de la industria automotriz (vehículos y autopartes), pasan de un rango fluctuante entre el 62 y el 67 % (por tipo de vehículo) a otro de entre el 70 y el 75 % y, de este porcentaje, la mitad deberá provenir de los EUA. Complementariamente, se establece que el 40 % de la producción regional automotriz se originará en establecimientos en los que el salario por hora sea de 16 dólares estadounidenses. Hay, además y en el tema laboral, la grosera y paradójica imposición de obligar a México a cumplir con su propia normatividad laboral y, de paso, despedir al duradero y bien amado por muchos, Charrismo sindical.

El eufemismo “inversión en cartera”, con el que se oculta su verdadero nombre: especulación, aparece como novedosa imposición en el capítulo 14º que sustituye al 11º en el tema de inversión, profundizando las tensiones entre este capítulo y el artículo 27 constitucional. Aunque la Suprema Corte de Justicia, ahora tan mentada, haya establecido que la Constitución General de la República prima sobre cualquier acuerdo internacional firmado por el Ejecutivo y ratificado por el Senado, la realidad es que el gobierno mexicano de ayer y de hoy se ha plegado, con enormes costos económicos, a lo establecido en esos tratados.

Durante la renegociación del instrumento de integración, que abarcó los años 2017 y 2018, se verificó el proceso de sucesión presidencial en México y la posibilidad de que el nuevo gobierno participara en la reforma al TLCAN. El embajador Jesús Seade, representante del presidente electo, Licenciado Andrés Manuel López Obrador, encontró muy adecuadas la negociación y la versión resultante del acuerdo.

Es el caso, que en la sección B del capítulo tres del nuevo T-MEC, los granos transformados genéticamente, los transgénicos como el maíz amarillo, sí aparecen como cultivos beneficiados por el libre comercio regional, aunque más que alimentar sirven para engordar ganado y aquí se les ha estado importando para consumo humano.

El artículo 4º constitucional establece el derecho de la población a una alimentación suficiente y de calidad, garantizada por el Estado, y el actual gobierno ha prohibido la importación de ese forraje. De nueva cuenta, las grandes empresas, como Monsanto, se pretenden inmiscuir en la, de suyo escaza y adornada por el papel protagónico de la comida basura, dieta de nuestros primeros deciles, de la población más pobre, e instruyen a su gobierno para establecer pláticas e incluso llegar a demandar en un panel al Estado mexicano.

El conflicto entre la observancia del ordenamiento constitucional y lo establecido en el T-MEC ocupa el escenario, no solo económico, de las relaciones con la gran potencia. Mientras el asunto se ventila, es posible concluir que el enviado por este gobierno a las negociaciones en 2018 o piensa muy rápido o no piensa en absoluto. Es muy difícil no inclinarse por la segunda alternativa, aunque no llegó por su cuenta.

Profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana
(UAM, México, fjnovelo@correo.xoc.uam.mx)