“El Estado mexicano de hoy tiene mucha soberanía y poca capacidad administrativa” (Claudio Lomnitz, 2022, El tejido social rasgado, Ediciones Era, S. A. de C. V., p. 19).

Desde el año 2012, en un texto maravilloso (La paradoja de la globalización), Dani Rodrik nos advirtió que existe un trilema (globalización, soberanía y democracia) sobre el que los gobiernos del mundo pueden seleccionar solo dos componentes. El tema viene a colación por la adquisición que lograron, al alimón y el mismo día, los embajadores de Canadá y de los Estados Unidos de América, de personas no aptas para la negociación, por andar metiendo las narices donde la diplomacia -ahorradora de conflictos- recomienda no hacerlo.

Al tiempo que se convirtieron en voceros de inversionistas inquietos por la reforma al poder judicial en México, recomendaron -uno, el gringo, más que el otro- no incurrir en un proceso de elección popular de jueces y magistrados, como si alguien les hubiera invitado a opinar.

Con independencia de las ansiedades, efectos adversos, oposiciones, problemas logísticos y un prolongado etcétera de angustias que escoltan a la reforma en curso, el asunto solo incumbe a los mexicanos, en momentos en que las políticas industriales ("un nombre elegante para el proteccionismo", según John K. Galbraith) se van convirtiendo en sistemas nacionales de economía política, como propuso y logró con la Zollverein el enorme Federico List, que van anunciando el principio del fin de la globalización.

Si la conformación de una nueva Guerra Fría está colocando en bandos opuestos a las dos economías más poderosas del planeta, cada una al frente de un bloque económico (BRICS vs Occidente, Japón y Corea del Sur) y, lastimosamente, también de un bloque militar (OTAN vs China, Rusia, Corea del Norte e Irán), los requerimientos de cooperación internacional para enfrentar desde la emergencia de nuevas pandemias hasta la catástrofe ambiental se encuentran en una situación a la que llamar precaria equivale a un elogio.

De otro lado, la democracia liberal no vive sus mejores momentos y la atención a los apremios materiales acapara el interés de electores mal remunerados y sobre endeudados, de forma que, por sus propias contradicciones, globalización y democracia, en el trilema de Rodrik, palidecen frente a la soberanía, como tendencias más que visibles en la actualidad.

Veremos, en un muy corto plazo, si en la revisión prevista del T-MEC la llamada cláusula democrática es vista como un espacio afectado por el reformismo cuatroteísta que pueda conducir, más que a la reforma, a la denuncia del instrumento de integración por parte de Estados Unidos y, más secundariamente, de Canadá.

Por lo pronto, el desacuerdo parece ofrecer más vastas y relevantes lecciones para ambos embajadores que las que genera para la política, y los políticos, mexicanos. Que así sea.

Académico UAM-Xochimilco

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