Federico Novelo U.1
“Considerar la geografía un factor decisivo en el curso de la historia de la humanidad puede ser percibido como una visión sombría del mundo, lo que explica su rechazo por algunos círculos intelectuales. Sugiere que la naturaleza es más poderosa que el ser humano y que el control que ejercemos sobre nuestro destino tiene un tope” (Tim Marshall, 2021, Prisioneros de la geografía. Todo lo que hay que saber de política mundial a partir de diez mapas, Península, Colombia, p. 20).
Entre los debates en curso, tanto sobre el origen de la desigualdad y de sus niveladores, como del verdadero destino de medidas económicas aparentemente útiles para todo el mundo, incluyendo las razones, es un ejemplo, por las que Thomas Piketty considera “utópicas” sus propias propuestas sobre una fiscalidad progresiva global, aparece el espacio como factor decisivo e insuperable.
Desde el origen de nuestra especie, ubicado en Botswana en la lejanía densa de los tiempos, la geografía impuso destino y ritmo a la movilidad emprendida hasta el Creciente Fértil; por el camino, la primera nivelación entre los más fuertes físicamente y el resto provino de herramientas (piedras y palos) disponibles en el territorio, útiles para mantener a distancia a los creyentes en la ley del más fuerte.
En tiempos mucho más cercanos, la única confrontación militar entre dos gigantes como son China y La India, en 1962 y por solo un mes, debería parecernos muy poca confrontación entre potencias con muchas más divergencias que coincidencias; otra vez, la variable explicativa es geográfica: aunque comparten una gran frontera, esta se encuentra adornada por la más alta cordillera del planeta que dificulta cuando no imposibilita la movilización de tropas y equipo militar.
“La Gran Divergencia”, la ventaja histórica de Occidente sobre Oriente, mediante colonialismo y esclavismo, también se explica por las grandes diferencias ecológicas entre China y Europa Occidental, y no solo por diferencias culturales, como suele abordarse el asunto.
Por último, en una relevante serie de observaciones al más exitoso texto de economía (con más de 2 millones de ejemplares vendidos entre 2014 y 2017 y traducido a 26 lenguas), el célebre El capital en el siglo XXI, 2014, de Thomas Piketty, Ellora Derenoncourt (2017, Los orígenes históricos de la desigualdad global, en J. Bradford Delong, Heather Boushey y Marshall Steinbaum, Debatiendo con Piketty. La agenda para la economía y la desigualdad, Deusto, España, pp. 719-746), enfatiza la falta de atención del autor a las condiciones geográficas, en varios planos; en particular, el de la diversidad de instituciones en diferentes lugares, convierte en una aspiración demasiado ambiciosa la de establecer una fiscalidad global progresiva, cuando las y los ricos del planeta, permanente y exitosamente opuestos a los impuestos, disponen de numerosos paraísos fiscales que albergan a verdaderos ejércitos de abogados que, como decía Keynes, pueden “hacer de la evasión hábil un negocio demasiado atractivo” (1936, Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero, FCE, México 1958, p. 349.
Como puede apreciarse, la pretensión de escapar del carácter decisivo de la geografía en el devenir de nuestra especie, equivale a la pretensión de la inmortalidad; tan plausible como inútil.