“El sueño de la razón produce monstruos” (Francisco Goya).
La consolidación del capitalismo, el proceso sostenido de acumulación de capital durante el siglo XIX, requirió de una diferenciación social radical, de una profunda desigualdad socioeconómica, para hacerse posible. Eran otros tiempos. La rotación completa por la que se hace posible el retorno de lo invertido más la ganancia, le otorga la misma importancia a la producción que a la realización de lo producido; monetizar el valor es la culminación deseada de lo que Piero Sraffa describió como la producción de mercancías por medio de mercancías.
Arribar a la tercera década del siglo XXI con una profunda brecha entre el 1 y el 99 % de la población, a escala global, pone en tela de juicio la afirmación de Thomas Pikkety, en el sentido de una mayor igualdad alcanzada al paso del tiempo, mediante una acción colectiva exitosa (en opinión de Michael Hudson, la base de datos de Pikkety no hace visibles las ganancias no trabajadas de la financiarización: deudas, bonos, inmuebles y acciones); el problema se agudiza cuando el 1 % tiene capacidad de operar al sistema económico de manera que lleve más agua a su molino.
La pregunta relevante consiste en por qué no se ensayan las bondades de una mayor equidad, cuando la historia ofrece numerosas lecciones de mayor prosperidad en el marco de la igualdad. El cortoplacismo, notable en los tomadores de decisiones, les impide recordar que, cuando no se ensayan reformas desde la cúspide de la pirámide social, se cocinan sublevaciones desde la base; la percepción del privilegio como derecho de las capas de mayor ingreso y riqueza, en el mejor de los casos es un subproducto de la falta de ilustración que les adorna y de la normalización de anormalidades entre las que la desigualdad ocupa un sitio estelar.
La irracionalidad en la que descansa la tolerancia colectiva ante nuestro mayor problema moral, la desigualdad, tiene el defecto suplementario de estar alimentada por intereses egoístas, excluyentes y cortoplacistas de una muy pequeña proporción de la población; ridículamente pequeña.
La imperfección de los mercados, la soberanía del consumidor cancelada, han pavimentado el camino al triunfo del ofertismo sobre una voluntad colectiva autocontenida, bajo la creencia consistente en que el injusto orden impuesto es un orden tan natural como inalterable.
La fiscalidad progresiva radical, la construcción de un sólido Estado de Bienestar, la universalidad de servicios de calidad en la salud y en la educación, la disponibilidad de empleos y remuneraciones dignos, la convivencia democrática y civilizada son, todas, aspiraciones legítimas y viables que requieren –cuándo no- la disposición a luchar por ellas decididamente. El retorno de la razón colectiva deberá expulsar a los monstruos que nos agobian; comenzar a razonar sobre la redundancia del de la desigualdad, será un buen principio.