“Sólo en Estados Unidos se mantiene vivo el proyecto ilustrado de la civilización global como credo político. Durante la Guerra Fría, este credo de la Ilustración era encarnado por el anticomunismo; en la era poscomunista, impulsa el proyecto estadounidense de construir un libre mercado global” (John Gray, 2000, Falso amanecer. Los engaños del capitalismo global, Paidós, Barcelona, p. 132).

Disponemos de un cúmulo de buenas razones para esperar el triunfo del Partido Demócrata en los comicios presidenciales del próximo 5 de noviembre. Infortunadamente, la del advenimiento de la paz no se puede contar entre ellas.

La provocadora expansión de la OTAN hacia el Este europeo, que es el verdadero origen de la reacción militar rusa, fue impulsada desde los años de Bill Clinton en la presidencia, y renovada por el gobierno de Joe Biden; ambos demócratas.

Además de cíclica, la política estadounidense se muestra paradójica: Gary Gerstle nos recuerda el apego de D. Eisenhower al “orden” derivado del New Deal de F. D. Roosevelt, así como la profundización clintoniana del neoliberalismo de R. Reagan (2023, Península, Barcelona, 602 páginas). Es el caso que, en lejana evocación de los propósitos de W. Wilson, primer presidente demócrata después de la Guerra Civil, se reitera una supuesta excepcionalidad estadounidense que, según los actuales contendientes, no le vendría mal imitar a todo el planeta, tal como se intentó en Versalles durante 1919.

En esa cruzada, los Estados Unidos se han entrometido en mucho más de medio mundo, desde el siglo XIX, y hoy mantienen sus narices en el genocidio que perpetra en Palestina el gobierno de Israel, así como en bastante más que la dotación de armamento al gobierno de Ucrania, por no hablar de la hostilidad manifiesta a los productos fabricados en China y las cuentas por resolver en Taiwán o de la tensión ensayada con Irán y sus Ayatolas.

Esta función de policía internacional llega hasta el territorio mexicano, por medio del embajador K. Salazar, para advertir que las decisiones soberanas del Poder Legislativo de nuestro país pueden afectar las relaciones diplomáticas y la operación del T-MEC, por la eventual elección popular de jueces que se practica en la mayor parte del territorio estadounidense.

Posiblemente sea llegado el momento de moderar el entusiasmo por la deseable derrota del subnormal republicano y asumir que, con el triunfo de su oponente, no ingresaremos a ninguna Arcadia. No se puede todo; ni modo.

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