“La consecución del pleno empleo, con una distribución más justa de los salarios, y una distribución más equitativa de la propiedad de capital son elementos esenciales de cualquier estrategia para reducir la desigualdad” (John B. Atkinson, 2016, Desigualdad, ¿Qué podemos hacer?, FCE, México, p. 403.
Muy a pesar de la afirmación de Thomas Piketty, en el sentido de una clara tendencia hacia la igualdad multidimensional, Oxfam acaba de publicar un inquietante Informe, La Ley del Más Rico. Gravar la riqueza extrema para acabar con la desigualdad, en el que se muestra y demuestra la concentración de la riqueza en el 1 % más rico que, del 2020 a la fecha, se ha adueñado de dos terceras partes de la nueva riqueza global, en un inocultable juego de suma cero del que resulta un perdedor: el otro 99 % de la población mundial.
El salario también resulta perdedor frente a la inflación, en el caso de 1 700 millones de trabajadores , mientras la fortuna de los milmillonarios aumenta en 2 700 millones de dólares al día. La pobreza vuelve a repuntar con más 800 millones de habitantes que “se van a la cama con hambre cada noche”.
La injusta, indecente situación se explica porque solo 4 centavos de cada dólar recaudado se recaudan de la riqueza. Y la mitad de los milmonarios radican en países, como México, donde no se grava a las sucesiones que heredan sus descendientes ni tampoco a la riqueza. En esta desigualdad se funda una “policrisis”, que va del cambio climático a las dificultades sanitarias y educativas y del subconsumo al adelgazamiento de la democracia, que afectan tanto a la desigualdad de oportunidades como a la de resultados; los ricos contaminan muchísimo más que los pobres e invierten en energías fósiles que explican una muy buena parte del calentamiento global.
El poder del dinero llega al ejercicio del poder, impidiendo la fiscalidad progresiva y la remuneración digna del trabajo. En una ocurrente mañanera (perdón por el pleonasmo), el presidente López Obrador dijo que a los ricos les ha ido muy bien en esta administración y que debieran estar agradecidos; por desgracia, tiene razón: no se les ha tocado ni con el pétalo de un impuesto a la riqueza, mientras la canonización moral de la pobreza mueve a la política económica a reproducirla de manera ampliada. Parece que el lema “Por el bien de todos, primero los pobres” se ha convertido en una trampa.
En el gobierno se quiere tanto a los pobres que se pone toda la voluntad en evitar que se nos vayan a acabar. La pobreza es la purificación de aquella conocida abstracción burguesa: el alma. Con razón, Atkinson donó las regalías del libro del que extraje el epígrafe a Oxfam .
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