“Leer sobre la desigualdad global es nada menos que leer sobre la historia económica del mundo” (Branko Milanovic, 2017, Desigualdad mundial. Un nuevo enfoque para la era de la globalización, FCE, México, p. 14).

El carácter multidimensional de este fenómeno, que comienza con la regresiva distribución de ingreso y riqueza, transita por las diferencias de género, etnias, regiones y llega hasta las que existen en los colores de la piel, aparece como el más serio problema moral de la especie humana, escandalosamente agudizado en México.

En el terreno de la historia socioeconómica, la desigualdad comienza con la metamorfosis al sedentarismo de tribus de cazadores y recolectores que- al arribar al Creciente Fértil, la media luna del Medio Oriente que abarca de Palestina a Siria (pasando por Israel, Cisjordania, Líbano, Algo de Jordania, Siria, Irak y el Sureste de Turquía), encuentra el ambiente propicio para establecerse. La domesticación de plantas y animales –una expresión notable de progreso que alcanza el nivel de “Revolución Agropecuaria”- se hizo acompañar de la esclavitud, la enfermedad y la desigualdad.

Entre las muchas diferencias que pueden existir entre ortodoxos y heterodoxos sobre los mismos hechos, destaca una coincidencia respecto al enorme servicio que la desigualdad ha servido al progreso desde tiempos inmemoriales. Pero, como establece la segunda Ley de la dialéctica, Las cosas duran hasta que se acaban, y la desigualdad lleva largo rato siendo disfuncional a la realización de las mercancías, a la salud de la intermediación financiera (hoy, convertida en inquietante parásito), a la convivencia social en armonía y a la propia democracia.

El largo camino que inició Anthony Atkinson (1944-2017) y han continuado numerosos intelectuales (Milanovic, Stiglitz, Lakner, Jones y un larguísimo etcétera), hasta las luminosas elaboraciones de Thomas Piketty, sobre el tema de desigualdad, se ha recorrido hasta la compleja situación actual, profundamente regresiva, y con tendencias visibles hacia una mayor agudización.

Desde su notable Capital en el siglo XXI, de 2014, Piketty declara que el ocaso de la socialdemocracia, más que por el neoliberalismo y su emblemática globalización economicista, se originó en la complaciente disposición socialdemócrata a realizar tareas propias de gobiernos neoliberales: la agenda 2010, elaborada en 2003, para Alemania, el déficit cero o, más eufemísticamente, el equilibrio presupuestal, la prolongación de los años de trabajo para alcanzar la jubilación, la reducción de los salarios nominales para incrementar la ocupación, son productos malditos, y auto derrotas intelectuales y políticas, de “socialistas” en radical metamorfosis.

En el caso mexicano, el largo listado de desigualdades, combinado con un gobierno deliberadamente austero, nos arroja el saldo de un elevador social sin energía, con un inexplicable racismo en tierra de mestizos, con una reproducción ampliada de la desigualdad en todos los ámbitos imaginables, con una fiscalidad ridícula y propia del séptimo mundo y con la pobreza convertida en una extraña virtud. Hay que releer o leer a Atkinson y a Piketty. No nos vendría mal, en México y también, leer a Viridiana Ríos y a Raymundo Campos. Oj Alá

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