El estatus de País capaz de gobernarse a sí mismo, con la consiguiente verificación por una comisión Ad hoc, fue la condición que la Sociedad de Naciones impuso a los nuevos aspirantes a formar parte de ella y, simultáneamente, el poderoso incentivo para que el Encargado del Despacho de la Cancillería mexicana, Genaro Estrada , emitiera el célebre memorándum que tomó, a partir del 27 de septiembre de 1930, el nombre de Doctrina Estrada.

La no intervención y la autodeterminación de los pueblos, son los pies con que, no sin tropiezos, ha caminado esa doctrina contagiando a la institucionalidad internacional y, en casos tan graves como el inicio de la Guerra Civil Española , se ha empleado como pretexto para dejar que los golpistas acabaran con un gobierno legítimo como el de la 2a República.

Después de su tácita cancelación, por la vía de las opiniones del licenciado Carlos Salinas de Gortari sobre el depuesto gobernante panameño y por la gestión del Canciller foxista Jorge Castañeda (en obsequio de los frecuentes y penosos extravíos diplomáticos de aquella frustrante alternancia), el actual gobierno la ha reivindicado como una de las claves de su política exterior.

La crítica frecuente a la doctrina, el argumento central del pragmatismo, consistió en percibirla como una suerte de autorización recíproca para que, al interior de sus naciones, los gobiernos hicieran lo que se les antojara, sin espacio disponible para la crítica y mucho menos para la condena. En esa versión, el gobierno mexicano en versión autoritaria, ni pedía ni rendía cuentas al exterior de su gestión gubernamental ni de la de los otros.

Sin embargo, esa narrativa es una perversión de la doctrina, que antepone los pueblos a los gobiernos. Con arreglo a ella, el 20 de mayo de 1979, el entonces presidente de México, José López Portillo , rompió relaciones con el gobierno de Anastasio Somoza de Bayle, impresentable dictador nicaragüense, ejecutado en Asunción el 17 de septiembre de 1980.

En atención a los actuales requerimientos del pueblo de Nicaragua, a los decepcionantes resultados de una sangrienta revolución y a las pulsiones tiránicas del actual gobierno de aquel país, al que llamar autoritario equivaldría a un elogio, es tiempo de honrar a la tradición diplomática mexicana, especialmente en la evocación de los momentos estelares de ruptura con gobiernos represores de sus propios pueblos. Que así sea.

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Profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM, México). 

 

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