“Al igual que los puritanos (de 1630, a quienes John Winthrop dirigió el sermón <<Ciudad sobre una colina>>, a bordo del buque Arbella), los modernos habitantes de los Estados Unidos tienen un profundo sentido de pertenecer a un pueblo elegido con una misión que acometer […] La democracia fue nuestra idea, y nuestra misión es difundirla por doquier” (Lawrence W. Towner, comentando <<Un modelo de caridad cristiana>>, 1630, de John Winthrop, Daniel J. Boorstin (compilador), 1997, Compendio histórico de los Estados Unidos. Un recorrido por sus documentos fundamentales, FCE, México, p. 33).
En el sermón de J. Winthrop, numerosos historiadores sobre los Estados Unidos coinciden en establecer la <<excepcionalidad>> del pueblo estadounidense y, como lo muestra el epígrafe, el ánimo por exportar su institucionalidad democrática. En la revisión histórica del liberalismo, en Europa se consideró “liberal” al ciudadano norteamericano en tanto producto lógico de una constitución liberal.
Es una disposición que explica los intentos de W. Wilson, durante la Conferencia de Versalles, para establecer, primero, una paz sin victoria y, después, los 14 puntos de su célebre discurso. En la pretensión de establecer un orden mundial institucionalizado, el presidente Wilson consideraba perniciosas las prácticas europeas del manejo discrecional y opaco de las relaciones internacionales y pretendió originar una normatividad inviolable y permanente.
La intentona resultó poco exitosa, a la luz del rechazo que, el propio Congreso estadounidense, dispensó, por orden de desaparición, a la propuesta de crear una Sociedad de Naciones y, más tarde, a la totalidad del Tratado de Versalles. Por tales razones, y como bien lo describe Eric Hobsbawm, el periodo entre guerras se convirtió en una paz armada.
Tras la victoria de los países aliados en la Segunda Guerra Mundial y, muy especialmente, tras la muerte del presidente Franklin D. Roosevelt y el ascenso de Harry Truman, los Estados Unidos recuperaron su misión liderando al llamado “mundo libre” en el extraño evento histórico conocido como la Guerra Fría, por obra de la cual, la tarea democratizadora consistía en el combate al comunismo, real o supuesto, y el paradójico apoyo a gobiernos dictatoriales encumbrados por medio del golpismo militar, hasta el derrumbe del socialismo real y la desaparición de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS) y el desmembramiento de la Rusia poscomunista.
Este último fenómeno, “la peor catástrofe geopolítica”, en palabras de Vladimir Putin, despejó el tablero para un nuevo orden, abandonado a la supuesta magia del mercado, que fue un neoliberalismo economicista alumbrador de la plena libertad de movimiento de la cuenta de capital, mejor conocida como globalización, que convirtió al trabajo en el factor perdedor por una anémica capacidad de negociación frente a un capital deslocalizado por la brújula de los menores costos laborales, fiscales y ambientales.
Los Estados Unidos comandaron la mundialización de ese orden, sustituto del que, en lo interno, representó el Nuevo Trato originado en los años treinta del siglo XX y, en lo externo, por la institucionalidad alcanzada en Bretton Woods.
Las pruebas ácidas de la Gran Recesión, la pandemia, la inflación estructural y su pésima gestión han generado mucho más que fuertes tensiones para la permanencia del orden neoliberal y, de otro lado, la emergencia de políticas industriales, el fortalecimiento de bloques económicos, la evidencia de una nueva Guerra Fría y la competencia comercial y tecnológica entre los Estados Unidos y China, informan que el orden neoliberal se ha roto y que la desglobalización está en curso progresivo.
En un nuevo orden, más cargado de incertidumbre que de certezas, permanecen resabios de otro orden que no acaba de morir, conviviendo con anuncios de lo que no acaba de nacer. Sin embargo, nos hallamos en presencia de un fuerte movimiento pendular mundial frente al que el renacimiento de demagogias nacionalistas, ese refugio tradicional de los canallas, se convierte en sorprendente atracción.
Los fracasos de la globalización neoliberal, el incremento salvaje de las desigualdades (entre naciones y al interior de ellas), la simultaneidad de múltiples desgracias, desde la ambiental hasta la disrupción tecnológica, pasando por el incremento bíblico de la migración y el surgimiento de nuevas pandemias, todas son circunstancias que indican que la supuesta misión del pueblo elegido dejará de recorrer el mundo para, en el mejor de los casos, convertirse en receta de auto consumo. En noviembre lo sabremos.