“[El TLCAN es] el peor acuerdo en la historia” ( Donald Trump , enero de 2017).
La reciente solicitud de consultas sobre la política, y la normatividad, energética del gobierno mexicano, presentada por las representantes comerciales de los Estados Unidos de América , seguida de cerca por la de Canadá, ha puesto en circulación una serie de apreciaciones, cuyo factor común es adverso al gobierno mexicano al que se le pronostican castigos tan costosos como merecidos. Una ayuda de memoria parece necesaria, en busca de la ecuanimidad.
Lo primero que valdría la pena recordar es la reflexión del infortunadamente ido, Toño Gazol Sánchez, en el sentido del agotamiento de funciones del TLCAN que, en su eventual desaparición, no modificaría en lo fundamental la estructura de las exportaciones desde México a Estados Unidos, la cercanía de esta reflexión a la realidad, entre otras cosas, por la vida útil de las inversiones aquí establecidas, debería invocar a una buena dosis de calma; no es un dato menor el relativo a las enormes concesiones que el gobierno de Peña Nieto hizo a la representación del de Trump:
Otorgar centralidad al déficit comercial de los Estados Unidos, percibido como problema de las tres naciones signatarias;
Aceptar dos negociaciones binacionales en el sitio que debió ocupar una sola, trilateral, en las que México se convirtió en el primero, y en el más complaciente, interlocutor de los EUA;
Aceptar la elevación de las reglas de origen, en el caso de la industria automotriz, y que el 50 de los componentes fuera estadounidense;
Acordar, a propuesta estadounidense, la cancelación del capítulo XIX del TLCAN medida que, por fortuna y en su momento, Canadá rechazó, y
Permitir la revisión del instrumento cada seis años y su eventual caducidad en 16.
Es verdad, y así se dijo, que la redundante presencia del embajador Seade en las negociaciones aportaba poco a, pero legitimaba mucho de lo que ahí se ventilaba, que el interés nacional no cupo en el equipaje de los negociadores y que pagar cualquier costo por la continuidad del instrumento se convirtió en convicción compartida, en lazo de unión entre los gobiernos mexicanos de ayer y de hoy. La industrialización de las exportaciones es el motor del débil crecimiento de la economía mexicana y fue fruto del TLCAN; hoy, sin embargo, tiene vida propia, al servicio de las grandes trasnacionales.
Durante la campaña presidencial de 2018, con un resultado más que predecible, las voces de la oposición hacían votos por el éxito del nuevo gobierno; ahora, son los profetas de su perdición y celebran las vísperas de un costoso desencuentro con los socios comerciales de la región. No es para tanto, ni siquiera cuando el propósito sea el de infundir miedo al respetable.
De la misma forma en la que obtener el contagio de la covid se vuelve realidad con solo abordar un avión o visitar un centro turístico lo único seguro, al firmar un instrumento de libre comercio, es la mediata aparición de controversias y, por ello, se han establecido los mecanismos de su ventilación y eventual superación. No hay que ser…