Federico Novelo U.1
“Creo que debemos entender nuestra política, que por desagradable que sea la forma en que ellos actúan, este gobierno, el de Pinochet, es mejor para nosotros que Allende” (Henry Kissinger, citado por Robert Reich, 30/XI/2023)
Criminal de Guerra.
Un siglo de vida, una producción intelectual fecunda y millones de muertos en su cuenta (improbablemente en su conciencia) y en al menos tres continentes, conforman el terrible legado de Henry Kissinger quien, al igual que la mayor parte de los grandes criminales, jamás creyó haber actuado erróneamente. La siniestra mancuerna, en la que siempre llevó la voz cantante, que construyó con Richard Nixon se puso al servicio de la prolongación y asunción de la derrota en la Guerra de Vietnam, de los bombardeos de Camboya, del apoyo al gobierno sionista en la Guerra de Yom Kipur y de una consistente conspiración en contra del doctor Salvador Allende Gossens, incluso antes de su toma de posesión como presidente constitucional de la República de Chile.
Protagonista principal en buena (en realidad, muy mala) parte de la Guerra Fría, siguió las terribles prácticas de Eisenhower, consistentes en ver en cualquier gobernante, o aspirante a serlo, con posiciones progresistas a un comunista –en propedéutico o consumado- a quien había que retirar, preferentemente por las malas, del escenario político.
Resulta llamativo el hecho consistente en que, al mismo tiempo que conducía la política exterior estadounidense, vivió convencido en que para el elector medio de ese país, la política realmente relevante era, y es, la interior.
La experiencia chilena, la total intolerancia hacia un gobierno democráticamente establecido interesado en el establecimiento de un socialismo no autoritario, derivó de imaginar un posible e inquietante contagio hemisférico de ideas y prácticas marxistas, para persuadir al incompetente Nixon de destinar grandes esfuerzos, antes y después del golpe militar, primero para desestabilizar a la economía chilena y, después, para asesorar al carnicero Pinochet en la formación de su temible policía política (DINA) y para justificar encarcelamientos, torturas, robo de infantes y vuelos de la muerte, sin el menor respeto a los derechos humanos de los seguidores del Frente Popular.
Al respecto de los derechos humanos, y con el gorila chileno Patricio Carvajal, Kissinger se quejaba que sus colaboradores en el cargo insistían demasiado en colocarles como tema muy relevante en el centro de la conversación con la dictadura, diciendo que tenían “… alma de misioneros y que, al no haber suficientes Iglesias para recibirlos, se instalaron en el Departamento de Estado”.
Igual de paradójico que resulta el cinismo estadounidense al disfrazarse de adalid global en la defensa de los derechos humanos, tras pisotearlos por casi todo el planeta, la historia deparó un tardío castigo a este criminal al enviarlo a los infiernos el mismo año en que se cumplen cincuenta del golpe militar que patrocinó en Chile. Que ahí se pudra.