“… los hombres juzgan las cosas según la disposición de su mente, y más bien las imaginan que las entienden… Vemos, pues, que todas las nociones por las cuales suele el vulgo explicar la naturaleza son sólo modos de imaginar, y no indican la naturaleza de cosa alguna, sino la contextura de la imaginación… No los llamo entes de razón, sino de imaginación” (Baruch Spinoza, Ética).

Entre los saldos de la noche neoliberal, debe contabilizarse el notable adelgazamiento de la clase media estadounidense y la verdadera anemia cultural de la mayoría de las y los electores de aquel país; la responsabilidad germinal corresponde a la gestión de Ronald Reagan y a la ruptura de los compromisos que, con la clase trabajadora, estableció el orden del New Deal. Clinton y Obama profundizaron el culto al libre comercio, así como el pacto con los promotores y beneficiarios de un capitalismo oligo y monopólico con excesivo poder de mercado.

La orfandad educativa y cultural de la mayor parte del electorado les colocó en situación de vulnerabilidad frente a los medios de comunicación que, desde la venta de Twitter y del Washington Post, han profundizado la parcialidad normativamente obsequiada por el propio Donald Reagan y de la que, desde entonces y en numerosos medios, alcanza niveles de abuso.

Además de la sustitución que coloca a la imaginación en el sitio que debió corresponder al entendimiento, llama la atención la elevada temperatura de la propia imaginación, especialmente en los temas económicos y migratorios que fueron claves en el resultado de este novedoso “martes negro”.

Imaginar que la inflación se va a reducir con una enorme barrera proteccionista representa una prenda de ignorancia de gran notoriedad: los aranceles, término privilegiado por la verborrea de Trump, serán pagados -en su caso- por los consumidores del país de destino de las exportaciones, no solo chinas, que juegan un relevante papel en el consumo norteamericano.

El cierre de la frontera y la eventual reducción de la inmigración no documentada es otro castigo a los costos de producción, particularmente de bienes agropecuarios y servicios restauranteros, que solo puede ofrecer dos posibles resultados: la improbable reducción de los beneficios del capital que opera en esos sectores o la elevación de los precios a los consumidores.

La percepción de las y los inmigrantes como delincuentes, dementes, violadores y narcotraficantes es otro ejercicio de calenturienta imaginación, por la que no se puede percibir el dinamismo de un mercado laboral que opera por debajo de los salarios legalmente establecidos; de la misma forma en la que, la eventual deportación masiva de indocumentados de larga data, encarecerá los servicios domésticos y de cuidados.

La reducción forzada de la oferta de fentanilo proveniente de México producirá un efecto muy cercano a cero, entre otras cosas, por la redundancia de la añeja Ley de Say: no es la oferta la que crea la demanda, sino al revés. Así mismo, la probable denuncia del T-MEC, en mi opinión, muy improbable por ser criatura trumpiana, no reducirá considerablemente el comercio bilateral que parece llegado para quedarse y sí le permitiría al gobierno mexicano pensar en participar en el nuevo orden mundial que comienza a florecer con los BRICS e innúmeros aspirantes.

El exceso de imaginación, entonces, pervierte y arruina el entendimiento, y es ahí donde hay que buscar el éxito de Trump y asociados. La obligada reducción de impuestos solo habrá de beneficiar a los super millonarios que ya adquirieron el poder político, amenazando seriamente a una democracia, de suyo descafeinada, y en horas muy bajas.

Solo falta imaginar que la actriz porno fue sobornada para no denunciar las aventuras extramaritales del “flamante” presidente electo; es más lógico suponer que la denuncia sería sobre sus limitaciones sensuales (y sexuales).

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