“Debemos elegir. Puede haber democracia o puede haber riqueza concentrada en las manos de unos cuantos, pero no puede haber ambas” (Juez Louis Brandeis, citado en: Jane Mayer, 2018, Dinero oscuro. La historia oculta de los multimillonarios escondidos detrás del auge de la extrema derecha norteamericana: p. 9).
Entre las numerosas contradicciones de la democracia liberal, la desigualdad socioeconómica -y su notable efecto en la reducción de las clases medias- ocupa un relevante sitio en el descrédito de un orden político en aparente estado de putrefacción; la emergencia del Iliberalismo juega, también, un relevante papel. Un breve repaso de la historia permite reconocer el tiempo, y el trabajo, que le costó al liberalismo encontrarse con la democracia:
“… el término democracia liberal fue acuñado en los años de 1860, en respuesta precisamente a esta nueva clase de despotismo democrático, representado por el cesarismo de Napoleón III. La democracia liberal describía un tipo de democracia atemperada por los resguardos y garantías por los que los liberales había luchado con esfuerzo desde 1789, entre los cuales el estado de derecho y la libertad de prensa importaban especialmente” (Helena Rosenblat, 2023, La historia del “Iliberalismo”, Revista RYD República y Derecho, Universidad Nacional de Cuyo/Mendoza, pp. 15-16).
En pleno auge del neoliberalismo, durante los años noventa del siglo pasado, surge la peculiar figura de la democracia iliberal, a la que Fareed Zakaria define como: “… regímenes elegidos democráticamente, a menudo reelectos o reforzados por referéndums, que ignoran los límites constitucionales de su poder y privan a sus ciudadanos de libertades y derechos básicos” (1997, The Rise of Iliberal Democracy, Foreing Affairs Vol. 76, núm. 6, pp. 22-43, citado en Rosenblat, Op. cit.).
Viktor Orban, Andrzej Duda, Vladimir Putin, Recep Tayyip Erdogan, Jair Bolsonaro, Evo Morales y Donald Trump son, hasta el momento, los más notables personajes de esta suerte de contrarrevolución iliberal, altamente diferenciada del anti liberalismo de China o Corea del Norte, en donde no se alcanzó el poder por ninguna vía democrática.
Está en curso una vibrante discusión, primero, sobre la expansiva imitación de este nuevo orden y, segundo, sobre su carácter preliminar, su temporalidad, ya para deslizarse hacia un autoritarismo fascista, ya para abrir la puerta, con grandes fricciones, a un muy deseable socialismo liberal. Hoy, parece muy conveniente mexicanizar esa discusión.