“… en lugar de considerar el libre mercado sólo como un modelo económico, Hayek lo presentó como la clave de la libertad de todos los seres humanos. Denunciaba al gobierno por ser coercitivo y glorificaba a los capitalistas como estandartes de la libertad. Naturalmente, estas ideas le resultaron atractivas a empresarios estadounidenses como Charles Koch y a otros patrocinadores de la Freedom School, cuya versión de Hayek, la de la defensa de los intereses personales, ahora resultaba benéfica para toda la sociedad” (Jane Mayer, 2018, Dinero oscuro. La historia oculta de los multimillonarios escondidos detrás del auge de la extrema derecha norteamericana, Debate, Barcelona: p. 83).
La posibilidad del triunfo electoral de Donald Trump, el próximo 5 de noviembre, cabalga sobre un número considerable de fundamentos que van del desencanto provocado, especialmente entre las y los jóvenes electores, por el apoyo del gobierno de Biden al genocidio perpetrado por Israel en el Medio Oriente hasta el alucinante costo de la educación superior estadounidense (que, por costosa, dirige hacia el embrutecimiento a muy gruesas filas de electores).
Un papel estelar, sin embargo, habrá de desempeñarlo el dinero proveniente de aquellos capitalistas relacionados con la extracción y empleo de los combustibles fósiles. La posibilidad legal de no existir límites a las aportaciones monetarias a las campañas políticas de sus preferencias y un verdadero catálogo de conspiraciones extremistas de derecha, desde la vigencia del Nuevo Trato del expresidente Roosevelt hasta el proceso electoral en curso, que han convertido al Partido Republicano en el refugio de los más reaccionarios libertarios o anarco capitalistas.
La familia Koch, especialmente los hermanos David y Charles, se ha destacado como animadora de cruzadas antigubernamentales que solo dejarían, según su ideario, un derecho en pie: el de la propiedad. El padre, germinal monumento al conservadurismo estadounidense, puso su talento al servicio de Adolfo Hitler, para quien diseño, en Hamburgo, la tercera mayor refinería alemana en los años treinta, especializada -para satisfacción de Göring- en la producción de gasolinas de alto octanaje, imprescindibles en la movilización de los bombarderos nazis.
A la simpatía por la Alemania de Hitler, el creador de esta dinastía sumó, de muy mala gana, la utilización de sus innovaciones energéticas en la mismísima Unión Soviética del padrecito Stalin; en sus memorias, reniega de esa experiencia por la que -no hay que olvidarlo- cobró cantidades exorbitantes de dinero que pondría al servicio de sus peculiares creencias, que incluían el retorno de la segregación racial y la supresión del impuesto sobre la renta (ISR).
Los hermanos Koch, simpatizantes repentinos de la primera versión de Trump, hoy realizan un activismo político que, por razones fiscales, incluyen un amplio abanico de actividades filantrópicas y comandan a varios grupos de multimillonarios dispuestos a exorcizar al Gran Gobierno que, para Minsky es el garante de la buena marcha de un capitalismo con rostro humano. Es una verdadera desgracia que la mesa esté servida para un nuevo triunfo electoral de Trump, desgracia que se agrava por la colaboración demócrata con el genocidio perpetrado en el Medio Oriente, no solo en Palestina.