“Alguien que identifica el liderazgo carismático con el autoritarismo toleraría que la tecnocracia tome el lugar de la democracia, lo que hoy en día significa no solo ser gobernados por economistas, conductistas y burócratas, sino por algoritmos” (Wendy Brown, 2023, Tiempos nihilistas. Pensando con Max Weber, Lengua de Trapo, España, p. 62.

En el complicado desarrollo de la democracia mexicana, especialmente entre los eventos por venir el próximo 2024, hay una curiosa insistencia en que –tanto el que se irá como, al menos una, de las que aspiran a llegar- usan y abusan de su “carisma”, sin que aparezca en el horizonte un conocimiento cabal de lo que significa tal término.

La capacidad de emocionar e incitar no está reñida con la capacidad para razonar y es un elemento indiscutiblemente potente de la vida política; si, por ejemplo, Biden prescinde de él, mientras Trump lo aprovecha sobradamente (por decir lo menos), significará asegurarse la derrota demócrata en el año venidero; el casi seguro candidato del Partido Republicano no es, ni de cerca, el prototipo del líder carismático que Max Weber imaginó, ya que no encauza ni redirige los deseos de las masas: las engaña e invoca sus peores características: supremacismo racista y xenofobia.

El verdadero líder carismático es apasionado y responsable, visionario y cuidadoso, inspirador y sobrio que ofrece lecciones tanto para los

movimientos sociales como para la ciudadanía. Gobernar es, en una palabra, educar.

“Para Weber, un liderazgo sobrio, responsable y deliberado en el ámbito político contemporáneo implica apreciar la extraordinaria dificultad de resistir, por no decir superar, las formas de racionalidad y racionalización que nos gobiernan y dar lugar a alternativas; implica también reconocer la violencia como el medio último, y el poder como la única moneda de cambio, así como tener conciencia de la naturaleza contingente de la propia causa junto con la distancia entre las intenciones y los efectos, o el compromiso de despertar el anhelo humano de algo en lo que creer y esperar “ (Ibid., p. 65).

Por lo hasta hoy visto y, previsiblemente, visible en el futuro inmediato, la confusión nacional entre demagogia y carisma, con o sin trenzas, es enorme y preocupante. De un lado, las cuentas alegres de la despedida aspirante a continuidad, se sostienen de los frágiles alfileres de una gestión de economía política tan mediocre como la de los últimos 43 años; de otro, las esperanzas desinformadas en el nearshoring, ignoran deliberadamente que el antiguo capítulo 11º del TLCAN, actualmente 14º del T-MEC, liberan a los abajo firmantes de cualquier obligación de, con sus inversiones, transferir tecnología, otorgar puestos gerenciales a ciudadanos del país receptor o eslabonarse hacia atrás con oferentes nacionales.

Aquí, hay que saberlo, carecemos de liderazgos carismáticos y estamos llenos de la permanente cultura política priista; aunque el PRI lleve años de ser una caricatura de sí mismo.

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