“Según Marx, el Estado es un órgano de dominación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra, es la creación del “orden” que legaliza y afianza esta opresión, amortiguando los choques entre las clases” (Vladimir I. Lenin, Estado y revolución, en Obras Escogidas 2, Editorial Progreso, Moscú, p. 299.

En el epígrafe que ocupa las primeras líneas, se hace comprensible –en calidad de emblema marxista-leninista- la perseverancia de la lucha de clases después del ascenso al poder de los revolucionarios, mediante la dictadura del proletariado.

Es el caso que, en algo que es mucho más que una ayuda de memoria, Branko Milanovic ha publicado una interesante evocación de la Nueva Política Económica (NEP, por sus siglas en inglés) que cumple cien años de haber sido propuesta por Lenin, mediante un largo e interesante discurso que, en obvio de términos, nos viene a decir que los comunistas sí saben hacer revoluciones y política, pero no saben hacer economía y deben aprender de… los capitalistas.

Dos años después, en 1925, Keynes visitará a la Unión Soviética y escribe lo siguiente: “Por el lado económico no puedo percibir que el comunismo ruso haya hecho ninguna contribución a nuestra problemática económica, que sea de interés intelectual o tenga valor científico. No pienso que contenga, o pueda

contener, ningún elemento de técnica económica útil que no pudiéramos aplicar, si lo eligiéramos, con igual o mayor éxito en una sociedad que conservase todos los signos, no diré del capitalismo individualista del siglo XIX, pero sí de los ideales burgueses británicos. Al menos teóricamente, no creo que haya ninguna mejora económica para la que la revolución sea un instrumento necesario” (Breve panorama de Rusia, en Ensayos de persuasión, Crítica, Barcelona, p. 270).

En el origen de las reformas económicas de 1978, en China, deben contabilizarse los saldos de la Revolución Cultural animada por Mao Tse Tung y sus terribles resultados. En el combate al revisionismo soviético y a las reformas económicas que suponían erradicada la lucha de clases en la URSS, el llamado Gran Timonel insistió en el carácter recurrente de las tentaciones pequeño burguesas y a la necesidad de “cañonear el cuartel general”. Paradójicamente, la Revolución Cultural limpió el tablero para que Deng Tsiao Ping pusiera en marcha un reformismo radical que ha construido una novedosa expresión de capitalismo monopolista de Estado, con una dirección comunista que lo diferencia notablemente del capitalismo monopolista de Estado, conducido por la burguesía.

En su brillante interpretación de Spinoza, Frédéric Lordon alude a la diferencia entre los afectos globales y los afectos de menor jerarquía, regionales o sociales. Una interacción entre los trabajos de Milanovic y Lordon, respecto a la vigencia del capitalismo monopolista de Estado en China, pone a flotar una advertencia sobre la intromisión de los ricos en las decisiones económicas del Partido Comunista chino que, eventualmente, desvíe los propósitos del partido gobernante. Tema de reflexión, sin corcholatas de por medio.

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