“El pensamiento económico predominante ofrece recursos inadecuados para entender las múltiples crisis que hoy en día enfrentan las economías contemporáneas; para encararlas, necesitamos comprender mejor cómo funciona el capitalismo moderno (y, sobre todo, por qué ya no funciona en algunas facetas clave)” (Michael Jacobs y Mariana Mazzucato, 2023, Futuro. Otro capitalismo tiene que ser posible. Pensar fuera de la ortodoxia, Siglo XXI editores, Argentina, p. 22).

En su reciente texto sobre el bien común, Robert Reich evoca los años en los que trabajó para John F. Kennedy como un tiempo en el que el bien común tenía sentido. Las malas políticas, y peores personas, que alumbraron el neoliberalismo (M. Tatcher, R. Reagan, F. Hayek, M. Friedman) y quienes, por las malas, les abrieron el camino en el no desarrollo (destacadamente A. Pinochet), han sembrado la mala semilla de la estigmatización del Estado y dificultado casi hasta la imposibilidad la recuperación de propósitos y acciones colectivas exitosos.

El egoísmo, la codicia, los absurdos supremacismos y un prolongado etcétera de calamidades, en las que se apoya una creciente desigualdad y notables desencuentros, privilegiando la competencia sobre la cooperación, dentro y fuera de las naciones, convierten en heroica la lucha por el bien común. La creciente desigualdad de resultados y de oportunidades al interior de las sociedades, hasta la inequidad del 1 % frente al 99 %, se ha convertido en la

variable explicativa de los populismos de todo signo que, incluso dentro de los propios “pueblos buenos”, hacen del todo visible la diversidad de intereses y expectativas.

En la polarización multidimensional que se observa entre naciones y al interior de ellas, la globalización –que tantos perdedores y tan escasos ganadores ha producido- comienza a desinflarse, por medio de los pinchazos que le han colocado: el calentamiento planetario, la pandemia, la inflación estructural, la política monetaria dura (que, de no ser estúpida, sería perversa), la insolvencia y el subconsumo resultantes, los endeudamientos público y privado impagables, las guerras (ocupaciones, en realidad) en Ucrania y Gaza, más una nueva Guerra Fría (armamentista, tecnológica y comercial) entre un Occidente esclerotizado y un extraño agrupamiento comandado por China, compuesto por Rusia, Irán, Corea del Norte, Siria, Yemen y Qatar.

En los frentes internos, desigualdades múltiples, desconfianza plena en partidos políticos e instituciones, polarizaciones político-ideológicas, territorios dominados por el crimen organizado, accesos restringidos o cancelados a servicios educativos y de salud y visibles trampas fiscales, con malas recaudaciones y peores servicios, dificultan hasta la imposibilidad el diálogo por el bien común.

El capitalismo se ha tornado un sistema al servicio de los menos y su urgente modificación exige el concurso de legiones enteras de actores que, en la actualidad, no están de acuerdo ni sobre el punto cardinal por el que sale el sol; ¿será posible y, sobre todo, conveniente intentar salvarlo modificándolo?

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