“Un mapa del mundo que no incluya Utopía no es digno de consultarse. El progreso es la realización de Utopías” (Oscar Wilde, El alma del hombre bajo el socialismo y notas periodísticas, Madrid, 2010.
En el comienzo de este año bisiesto, disponemos de muy pocas –si alguna- razones en las cuales fundar una pizca de optimismo. La inspirada elaboración de Tomás Moro en 1516 constituye, en opinión de Dorian Lynskey, un mérito de la humanidad por cuanto antecede a su contraria, la distopía, empleada por primera vez muchos años después (1868) en una célebre intervención parlamentaria de John Stuart Mill, en la que se refiere a ella como una <<Sociedad hipotética indeseable>>; por su parte, Jeremy Bentham con cierta antelación (1817), empleó el término cacotopía (<<la sede imaginaria del peor gobierno que jamás podría descubrirse y describirse>>).
El trascendente neologismo de Moro está basado en el prefijo griego ou (no) y la raíz topos (lugar), aunque Lynskey supone probable que ou se confundiera con otro término griego: eu (bueno), con lo que la interpretación preferente de utopía se refiere a un paraíso terrenal más que a un lugar inexistente.
Como quiera que sea, el pesimismo presente en este año parece mucho más persuadido de la cercanía de la distopía, por un cúmulo de razones que van de las posibilidades presidenciales de Donald Trump a la duración de la invasión rusa a Ucrania, de la que corresponde a la inflación y a su inadecuado medicamento monetario; del encarecimiento de la, de suyo impagable, deuda soberana del mal llamado Sur Global; de la insolidaridad de sociedades y gobiernos con los migrantes forzados. Crecimiento demográfico explosivo, consecuencias de una nueva Guerra Fría; reaparición de pandemias vinculadas al cambio climático, más la convincente separación de los términos progreso y cambio tecnológico, complementariamente asechan al futuro.
Casi todo invita a evocar a otro año bisiesto, el 1984 de George Orwell, incluidos los matices que él mismo avanzo: “Toda revolución termina en un fracaso, pero no todos los fracasos son iguales”. Su extraordinario Homenaje a Cataluña permite entender su profunda decepción con el comunismo que toma cuerpo en La rebelión en la granja y alcanza su más elevada expresión en 1984.
Esta militante enemistad con el totalitarismo y la tiranía, por fortuna, no lo alejan de las causas de verdadera justicia: <<Pertenezco a la izquierda y trabajo por ella, por mucho que odie el totalitarismo ruso y su nociva influencia en este país>>, contestó a la duquesa de Atholl cuando le invitó a hablar en un encuentro de la League for European Freedom, de tendencias derechistas; agregó en su respuesta que no podía sentir ningún respeto por una organización que defendía la libertad en Europa, pero no en la India.
Controvertido en grado mayúsculo, llama la atención el poco entusiasmo con el que acompañó al más exitoso experimento de socialismo liberal, que se puso en marcha con el triunfo del Partido Laborista, en 1945. Es importante recorrer esa historia:
“El 4 de junio de 1945, el primer discurso radiofónico de Winston Churchill en la campaña de las elecciones generales fue como una pieza de ficción distópica sobre un Estado policial unipartidista. <<No cabe duda que el socialismo está inseparablemente vinculado al totalitarismo y a un culto abyecto al Estado. Ningún Gobierno socialista que gestiones la vida e industria del país puede permitir que el descontento público se exprese libre, clara o violentamente. Tendría que recurrir a alguna forma de Gestapo que, sin duda, en un principio se gestionaría de forma muy humana>>” (Dorian Lynskey, 2019, El ministerio de la verdad. Una biografía del 1984 de George Orwell, Capitan Swing, Madrid, p. 207.
Orwell había pronosticado el triunfo de Churchill, cuando el laborista Clement Attlee logró ganar 393 de los 640 escaños. Es posible que la falta de puntería en el pronóstico electoral le impidiera a Orwell sumergirse en el Espíritu del 45, como se titula un excelente documental sobre todo el proceso de edificación de un envidiable Estado de Bienestar en el Reino Unido. Con el talento y humor que le caracterizó, Harold Laski se presentó como <<el director temporal de la Gestapo socialista>>.
A pequeña escala, la sufrida patria experimenta su pequeña cacatopía, con un elenco político despojado de talento, propuestas que abarquen el qué y el cómo. De un lado, con cuentas alegres que llegan a contabilizar entre sus logros a las remesas que no son otra cosa que el resultado de la pérdida de fuerzas productivas, como diría Federico List, que emigran por falta de oportunidades domésticas; del otro, la imparable oposición (se oponen hasta entre ellos), declara mantener los programas sociales oficiales, acabar con la inseguridad y, eso sí por piedad, ampliar el voto de silencio que ya le exigió a Fox a la persona del presidente de Acción Nacional, quien no podría participar en un concurso de estupidez por exceso de méritos.