Miércoles 26 de octubre de 1938, Alejandro, joven de 26 años, camina a su trabajo como empleado municipal, todo apunta a un día rutinario con calor y personas entrando y saliendo constantemente de su oficina, por su mente rondan mil ideas de un joven, ver a su novia, enviarle cartas a su madre, salir a la quinta y escuchar un tango. Acomoda su silla, enciende la radio, se acerca la máquina de escribir y antes de dar el primer golpe al rígido teclado de metal escucha una noticia. Desde hoy, nada será igual.
Cuarenta y seis años antes, su madre había nacido en Suiza un mes de mayo, hija de un padre alcohólico que se bebió el negocio de la familia un trago a la vez y una madre dedicada a la docencia, uno de los pocos oficios permitidos a las mujeres de aquella época, pues al igual que la enfermería, eran consideradas como una extensión de los roles de genero que permeaban en la época.
Será quizá el machismo de su tiempo el que le puso nombre, Alfonsina, en honor a su padre Alfonso, la tercera de una familia de cuatro hijos de los cuales, Hildo, el menor, sería para ella como su propio hijo. Buscando siempre la aprobación materna, escribe su primer poema a los doce años y se lo entrega a su madre solo para que ella la reprima, su madre, mujer que intento dirigir una escuela, pero su esposo decidió que sería mejor encargarse de un pequeño café, donde su hija atendía.
A inicios del siglo (1906) Alfonsina toma la importante decisión de hacerse independiente, y trabajando en distintas y variadas cosas, desde corista hasta celadora, lo que sea con tal de poder pagar los estudios de maestra, oficio que acompañará su verdadera vocación, poetisa.
Con únicamente diecinueve años, queda embarazada de un hombre casado que le dobla la edad, el padre del hijo planea abandonarla, ella ser revolucionaria, en un momento donde la mujer no decide ni sobre su propio cuerpo, abraza al ser que se gesta en su vientre y acompañada de él enfrentar el mundo, como madre soltera en una sociedad conservadora, escritora en un mundo que no lee, mujer, joven, abandonada en un mundo de poetas hombres.
Sin duda alguna, Alfonsina Storni cambia totalmente su vida, la cual gira ahora en torno a su hijo a quien pone por nombre Alejandro, él inspira poemas a la mujer que pese a criarlo sola, no se siente abandonada, al contrario, ve tristemente que el resto de las mujeres de su argentina viven atadas a un rol o una imagen que les impone la sociedad, ¡pobrecitas y mansas ovejas del rebaño!... alfonsina es la loba a la que temen, porque desafía los cánones de su tiempo y no están acostumbradas, ni acostumbrados a ver a una mujer fuerte.
La poeta sabe que no tiene vocación de mártir, y lucha por desmitificar las ideas de su tiempo a través de la poesía, ella frente a la idea propia del hombre latino que exige castidad, responde: “habla con los pájaros y lévate al alba/ y cuando las carnes te sean tornadas/ y cuando hayas puesto en ellas el alma/ que por alcobas se quedó enredada/ entonces, buen hombre/ preténdeme blanca/ preténdeme nívea/ preténdeme casta”.
Mujer disruptiva que hace frente al dominio masculino, responde con libros y premios a los que le bautizan “señorita Storni” y preguntan por su hijo cuando no pueden sostener de frente el debate, incluso en el grupo literario “anaconda” iniciado por Quiroga no temía hacerle frente al autor de los cuentos de la selva, lo que le ganó el respeto no solamente de los escritores, sino de todos los intelectuales y los lectores que a través de la revista “nosotros” la eligió como la escritora más respetada de argentina.
La poetisa, heredera de la desgracia de los poetas malditos, enfrenta en su juventud el cáncer y el horror de la mutilación temprana de su cuerpo, quizá eso la llevó a la neurosis, tal vez fueron las constantes llamadas del padre ausente de Alejandro, tal vez el romance nunca confirmado con Horacio, o simplemente la sociedad que la envolvía.
Hizo frente al dolor quemante de un pecho incompleto, solamente con voluntad, pues no podía tolerar que el respeto ganado con su trabajo y su esfuerzo se viera nublado por la compasión y condescendencia de los que a su espalda hablaban y juzgaban a la mujer que en sus poesías escribía de feminismo, a la que no se quedaba callada, a la señorita que caminaba por la vida cargando a un hijo del amor prohibido. Por eso pidió no hacer público que el cáncer había regresado.
Martes 18 de octubre de 1938, Alejandro, el motivo de la constante lucha de Alfonsina contra una sociedad machista, deja a su madre en la estación Constitución para que viaje a Mar del plata, ella le escribirá un par de cartas en los próximos dos días con su puño y letra, una mas pedirá a la mucama que la escriba por ella.
Alfonsina Storni, la “señorita Storni” revolucionaria que luchó por cambiar la realidad de las mujeres en su tiempo, rebelde al grado de no dejarle al destino ni siquiera el azar de su muerte, dejó su habitación en la madrugada del martes 25 de octubre y caminó al mar “sabe dios que angustia te acompañó, que dolores viejos cayó tu voz, para recostarte arrullada en el canto de las caracolas marinas (Ramírez/Luna)”
En sus últimas obras, inspiradas quizá por el suicidio de su amigo Horacio Quiroga, Alfonsina comenzó a escribir sobre la muerte, llamaba al mar en sus poesías y mandaba misivas de despedida, pedía a la tierra, su nodriza, cubrirla: voy a dormir, nodriza mía, acuéstame/ ponme una lámpara a la cabecera/ una constelación, la que te guste/ todas son buenas…” y sin más, ese día se vistió de mar.
Dejó como testimonio un zapato huérfano de pies atorado a un barandal, unas huellas en la playa, un poema en el diario La Nación, y una generación de mujeres dispuestas a luchar, por eso se escribe rebeldía, pero se pronuncia: “Alfonsina, la mujer que se vistió de mar”.