El pasado 13 de agosto de 1521, se conmemoró la caída de Tenochtitlan. Ese día también, en 1914, se presentó un hecho de gran relevancia en la historia de nuestro gran país. En esa fecha, se firmaron en el camino de Cuautitlán a Teoloyucan, los documentos que se conocen como los Tratados de Teoloyucan.
Gracias a esos tratados, se disolvió al ejército federal que se había encontrado bajo las órdenes de Victoriano Huerta Márquez, para reconocer al ejército revolucionario.
Los suscribieron, por parte de los ejércitos revolucionarios, Álvaro Obregón Salido y Lucio Blanco Fuentes, y en representación del ejército federal Gustavo Salas, José Refugio Velasco y Othon P. Blanco.
De acuerdo con estos tratados, se acordó la entrada a la capital de la república de los ejércitos de Obregón.
Tienen una gran importancia en la vida institucional de México, porque su firma que se hizo sobre la salpicadera de un automóvil, se pueden considerar como el surgimiento de nuestro actual ejemplar y gran ejército.
Recordemos, que ante el asesinato de Francisco Madero, y la llegada al poder de Victoriano Huerta, Carranza, con el Plan de Guadalupe lo desconoció y se inició una guerra civil en su contra.
Victoriano Huerta, ante el avance de las tropas revolucionarias, advirtió que su derrota militar estaba próxima, y en tal virtud, renunció a la Presidencia de la República, el 15 de julio de 1914.
Se fue a Estados Unidos, en donde, por cierto, fue enviado a prisión en 1915 por considerar que estaba teniendo pláticas con espías alemanes, y murió en la cárcel el 13 de enero de 1916.
Habiendo renunciado Huerta, asume la Presidencia Francisco S. Carbajal, y se inician pláticas con las fuerzas revolucionarias.
Esas conversaciones, celebradas entre Alfredo Robles Domínguez del ejército Constitucionalista, y el entonces Secretario de Guerra y Marina fueron antecedente de los mencionados tratados.
En ellos se establecía que las fuerzas federales dejarían la ciudad de México, y se ubicarían en las poblaciones a lo largo del ferrocarril México Puebla, y esperarían a los enviados del ejército Constitucionalista, para la entrega de sus armas; las tropas ubicadas en otros lugares se disolverían ahí mismo; los barcos de la Armada se concentrarían en Manzanillo y Puerto México, hoy Coatzacoalcos; los soldados del ejército federal recibirían los medios necesarios para regresar a sus casas, los oficiales y jefes quedarían a disposición del jefe del ejército constitucionalista.
Quise recordar esa fecha como un reconocimiento al origen de nuestras fuerzas armadas que han demostrado ser un ejemplo de lealtad e institucionalidad, y a las que se debe la estabilidad del país a lo largo de las últimas décadas.
Ejército que acata las órdenes que recibe sin cuestionarlas y cumpliéndolas con indudable sentido de responsabilidad. Fuerzas armadas a las que en esta administración, se les han encomendado diferentes tareas que desempeñan con la eficiencia que las distingue.
Su presencia en distintos órdenes de la vida nacional se ha visto incrementada, confiemos que todo esto sea por el bien de México. Respeto y honor a nuestro ejército.
Profesor de la Facultad de Derecho de la UNAM