Ambos son muchos, y enhorabuena que así sea, todas las personas tenemos sueños, y cuando estos son los de un Presidente, hemos de suponer, en principio, que son para el bien del país y por lo que atiende a los errores, pues es de seres humanos equivocarse, lo grave es cuando la gente procede con torpeza y no rectifica.

Para ilustrar y justificar el título de este artículo, me referiré a unas declaraciones presidenciales del pasado lunes 6 de marzo. En ellas no obstante que se ha empeñado en pretender presentarse como un político que cree en la voluntad popular, que está en contra de todo aquello que pueda alterar los resultados electorales, y por eso promovió las inconstitucionales reformas de su diabólico Plan B, abiertamente atentó contra la democracia.

Manifestó a los cuatro vientos, que le pedirá a su sucesor, que realice determinadas reformas legales para atacar la corrupción. Fenómeno que por supuesto nos lastima a los mexicanos, y que el Presidente menciona casi diariamente; sin embargo, ha de resaltarse que no hemos visto acciones contundentes en contra de ese cáncer social.

Lo grave en esa declaración, que atenta contra la salud republicana, es que hace ver al Presidente como un hombre que está soñando nombrar a su sucesor, como que está confiado, pero más bien esperanzado que ganará su partido y de ahí su preocupación por la existencia del INE, que garantiza elecciones limpias y confiables.

El triunfo de su partido es probable en el 24, lamentablemente, y más cuando la oposición está dividida. Si ese sueño se le cumple a López Obrador, para México será una pesadilla.

En las declaraciones a que me refiero, expresó que entre los encargos que le hará a su sucesor será una reforma judicial para acabar con esa corrupción que verbalmente le atormenta, así como desparecer organismos autónomos que son garantes de que el poder presidencial omnímodo presente en muchas ramas de la administración desaparezca. Cuántas, pero de verdad muchas, aberraciones en pocas palabras.

También hizo saber a quienes lo escuchaban, que las vacantes que existen en el sector energético y tribunales administrativos no las cubriría para ahorrar ese dinero. Da trabajo aceptar que así piensa quien ocupa la Presidencia de una nación tan importante como esta.

Y a pesar de tener ese criterio tan limitado para gobernar, sigue denostando a los gobiernos anteriores. Su carencia de autocrítica es única. Ningún Presidente, durante esa época en la que él comenzó a hacer política, y que tanto desprecia hacia declaraciones como las suyas.

Tenemos un consuelo, aunque sea Presidente la persona que él designe, por haber ganado la elección, o porque se decidió en Palacio, no es seguro que vaya a cumplir los deseos de quien lo nombró.

Lo normal ha sido, en la política nacional, totalmente diferente a como lo sueña López Obrador. En tiempos pasados, los nuevos presidentes no han continuado las políticas de sus antecesores. Al contrario, en muchos casos los han atacado severamente, a pesar de haber sido favorecidos con su designación.

Para bien de México, en su economía, salud, seguridad, como en todos los rubros del sector público, confiemos que el próximo tenga el talento, voluntad y decisión de gobernar de manera diametralmente diferente al actual.

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Profesor de la Facultad de Derecho de la UNAM