Plutarco Elías Calles, en el informe que rindió ante el Congreso el 1 de septiembre de 1928, declaró que se acababa la época de los caudillos en México, para comenzar el tiempo de las instituciones.
Sin embargo, si hubiera escuchado el largo discurso pronunciado por el presidente López Obrador en el Zócalo de la capital el pasado 18 de marzo, habría pensado que ese tiempo de instituciones que había anunciado 95 años antes, pareciera que estaba llegando a su fin.
Al mirar la forma en la que gobierna el país, sus declaraciones la mayoría de las ocasiones desafortunadas, las decisiones personalísimas que toma, me hago la pregunta si es López Obrador un presidente o un caudillo. Obviamente es un presidente, pero sus posturas me llevan a creer que se imagina un caudillo. Procede como eso, y ni en el campo diplomático tiene la prudencia para conducirse adecuadamente. Se imagina gracioso y así procede.
Caudillo es una palabra que viene del latín “capitellium” que significa pequeña cabeza o cabecilla, y en el lenguaje político se aplica a la persona que tiene poder o influencia sobre un grupo de personas al que encabeza; su voluntad es la que se impone, como es él, quien como caudillo, impone las reglas y las normas para darle sustento a sus actos.
El Presidente es en cambio, el servidor público que arriba al poder por el resultado de un proceso marcado por las leyes, a las que está sujeto y obligado a cumplir.
La concentración popular del pasado sábado 18 de marzo, supuestamente convocada para celebrar el octagésimo quinto aniversario de la expropiación petrolera, sirvió también para anunciar que su Partido ganará las elecciones; atacar al Partido Acción Nacional; quemar una imagen que representaba a la Ministra Presidenta de la Corte; comparar su movimiento con la expropiación del petróleo; advertir a los aspirantes a que se mantengan firmes en el proceso de transformación del país. Y como si se tratara de un mitin político y un caudillo dueño del futuro, asegurar que la oposición a su movimiento no triunfará, porque “está asegurada la continuidad”
“Hagan lo que hagan no regresarán al poder los oligarcas” Así lo ha decidido, el resultado de las elecciones ya lo conoce, no en balde reformó las leyes para tener un control del INE. En manos de la Suprema Corte está el futuro democrático de México, o la regresión a momentos superados.
Los tiempos se han adelantado, o dicho con más claridad, los ha adelantado López Obrador. Esto me lleva a recordar la sucesión presidencial del general Lázaro Cárdenas. El candidato a sucederlo fue entonces Manuel Ávila Camacho.
Entre las expresiones de Ávila Camacho, puedo mencionar: “la revolución desea que haya oposición. Nuestro Régimen le brinda todas las garantías a que tiene derecho indiscutible”
El general Cárdenas escribió en sus apuntes que reconocía los méritos patrióticos y cualidades personales del general Mújica, pero que sentía que a pesar de que podría ser un buen gobernante, “las circunstancias del país no le fueron propicias”. Cárdenas, que había dado hace casi un siglo una decisión trascendente en la historia nacional, no se inclinó por quien pudiera haber continuado con su política transformadora y nacionalista.
López Obrador, actuando como dirigente de su Partido, anticipa el triunfo de su candidato, y lanza la amenaza de que la “oposición no volverá al poder” Muy grave afirmación que destruye una institucionalidad alcanzada con el esfuerzo de muchas generaciones.
Profesor de la Facultad de Derecho de la UNAM