Desde hace ya varios meses, en Estados Unidos hay varios escritores y periodistas que han buscado cambiar la forma en que publican. Al igual que en México, los medios del país vecino viven en crisis: su fuente de financiamiento –los anuncios clasificados, la publicidad de las grandes compañías– se secó cuando el internet se apropió de todo. Varios de ellos tuvieron que aceptar rescisiones de contrato con compensación –en el mejor de los casos– o despidos.

Salvo los grandes medios –The New York Times, que tiene un raudal de suscripciones, o The Washington Post, cuyo dueño es Jeff Bezos– el resto sigue enfrentando problemas: la circulación impresa ya no es lo que era antes y se debe competir contra todo tipo de oponentes. Algunos legítimos –el resto de los medios establecidos– y otros no –youtubers que se apropian del trabajo de los demás o que mienten de manera abierta con tal de generar clics–.

En este escenario es que ha aparecido un nuevo modelo, el de las “newsletters” o boletines. Los escritores y periodistas que han logrado cultivar una presencia en redes –porque en este nuevo ecosistema lo que importa es el número de seguidores– han intentado transitar a un modelo en el cual sus seguidores se suscriban anualmente en rangos desde 300 hasta 5,000 pesos por contenido exclusivo. Como todo producto moderno, mientras más pague uno, más recibe: desde textos hasta reuniones con los autores mismos.

¿Qué resultados arroja este experimento hasta ahora? La respuesta es mixta. Por un lado, hay quienes sí pagan por contenido de calidad. Un ejemplo es Punchbowl News, un sitio dedicado a cobertura del Congreso. Ha recibido miles de dólares no sólo en financiamiento sino en suscripciones. Hay quienes están interesados en saber de “policy” o políticas públicas.

Pero por otro resulta que el tablero de quienes más ganan –siendo el sistema hipercapitalista que es, el mundo de los boletines refresca esos tableros de manera constante y cada billete es público– está dominado por quienes más incendiarios son. En los primeros lugares están los antivacunas, los derechistas recalcitrantes, los conspirólogos: a lo que nos tiene acostumbrado el mundo de internet. Mientras más ámpulas levante un boletín, más suscriptores obtiene.

Si en México intentáramos algo similar, sería un fracaso estrepitoso. Quienes viven de su marca son quienes más desinforman. Quienes gritan falsedades e insultan. En cambio las voces sensatas, ésas no pueden tener cabida, o es mínima en el mejor de los casos.

Ya pasó con los podcasts. En México hay grandes, grandes productos pero con públicos muy pequeños.

Así sería con los boletines, y esto se debe a una razón muy sencilla: en México no estamos acostumbrados a pagar por análisis o por información. Antes existía el modelo del columnismo, donde los autores recibían generosos sueldos por –en algunos casos– textos bien trabajados y de utilidad. Pero ese modelo se ha agotado y esos sueldos (ya casi) no existen.

El futuro pinta gris no sólo del otro lado del río sino aquí. Quienes se van a poder sostener de lo que escriben, cuyo contenido sea valioso, a ellos los contaremos con los dedos de la mano.

En cambio, los que escupen desinformación en las redes, esos tienen el sustento asegurado.

Las opiniones vertidas en este texto son responsabilidad de su autor y no necesariamente representan el punto de vista de su empleador.


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