Con el inicio de la invasión rusa a Ucrania la semana pasada, el conflicto se trasladó, naturalmente, a las redes sociales. No es la primera guerra en línea, tampoco es la más innovadora. Pero por tratarse de dos países europeos, su contenido se ha magnificado en todos los espacios noticiosos y sociales.

Vaya que ha sido interesante. En lo que se conoce como trolleo, las cuentas oficiales de Twitter de Ucrania y de la embajada de Estados Unidos en ese país han dado los primeros pasos en este conflicto de información.

Ucrania tuiteó una imagen de Hitler junto a Putin y dijo que solo representaba la realidad; la embajada un meme sobre la historia de la capital de Ucrania para responder al presidente ruso, quien desconoce al país entero como independiente.

Y como en Europa del este la gente acostumbra a grabar sus interacciones con autoridades, hemos visto a una señora ucraniana decirle a soldados rusos que se pongan girasoles –la flor nacional de Ucrania– en las bolsas, para que cuando caigan abonen algo a la tierra que pisan. También a un civil frente a otro grupo de soldados junto a un tanque sin gasolina: entre risas –y con harto valor– les ofrece una grúa para regresarlos a su país.

Igualmente conocemos la historia de los soldados que tuvieron que defender una isla frente a la marina rusa, y vimos sus gritos de defensa a manera de últimas palabras. Al principio las noticias los dieron por muertos; por suerte se confirmó después que no habían fallecido.

Qué decir, también de la imagen del presidente Zelenski . Otrora actor y comediante, sus dotes histriónicos han sido descubiertos por el resto del mundo. Resulta que el presidente fue la voz de Paddington el oso en su versión ucraniana; también participó en la versión local de Bailando por un sueño. Todo esto ha sumado de forma positiva a la imagen de un país del cual pocos sabían hasta la semana pasada –aunque usuarios de redes presuman lo contrario.

En cambio, del lado ruso, cuya habilidad informática había sido presumida, sobre todo en cuanto a interferencia en otros países –pensemos en la elección presidencial de 2016 en Estados Unidos–, no se ha visto la chispa que tienen sus contrapartes. Hemos observado a cuentas oficiales de embajadas pelearse con civiles –incluso aquí–. Un tono duro, opuesto al de los ucranianos.

Queda claro quién lleva la mano en el enfrentamiento en las redes.

Pero no dejemos de lado algo fundamental: sí, hablamos de memes, y sí, los memes son información. En medios, en industria, en marketing, los memes son fundamentales en nuestra época. Aun así, hablar de ellos puede hacernos olvidar lo crucial: estamos viendo una guerra en tiempo real. Imágenes de cómo las columnas rusas avanzan rumbo a Kiev, imágenes de soldados caídos. De edificios vapuleados. De memoriales –como uno que recuerda el Holocausto– destruidos. La muerte y la destrucción al alcance de nuestro plan de datos.

La inmediatez en la guerra nos puede, como decía el general von Clausewitz , nublar. Así como vemos información y entendemos algo de lo que sucede a través de redes, también tenemos que entender que la guerra en línea pasa necesariamente por manipular: la información tiene un objetivo y no siempre es objetiva; tiene un fin. Hay quien busca desinformar, hay quien no hace su trabajo y da por bueno algo que no lo es. La confusión es el triunfo de algunos.

Ver la guerra en línea es interesante y necesario. Entender sus canales de despliegue también.

Pero recordemos que detrás de los memes y la influencia hay un conflicto armado donde gente muere de manera cruel e innecesaria.

Bienvenidos al siglo XXI: memes y misiles.

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