Todo aquel que haya tomado una clase de historia universal lo sabrá (o tal vez lo haya olvidado en favor de recordar la canción de un comercial): la Paz de Westfalia, suscrita en 1648, es la serie de documentos que establece las relaciones internacionales como las conocemos. Es a partir de Westfalia que se crean los Estados nación y se adopta el concepto de soberanía a nivel mundial.
Con sus enormes excepciones –basta con recordar la Segunda Guerra Mundial–, el tratado ha marcado la hoja de ruta en este tema; pero ahora, en 2021, parece un instrumento tanto anacrónico como inservible. Entre los avances tecnológicos y la instauración de nuevos regímenes cuyo interés en respetar el orden mundial es cero, sería quizás necesario plantear una manera nueva de relacionarse en la esfera internacional
Veamos tres ejemplos recientes.
1.- El hackeo de redes de seguridad presuntamente sancionado por gobiernos nacionales. Dos países en concreto –según datos del gobierno de Estados Unidos– han apoyado a hackers para obtener datos confidenciales: el primero fue Rusia a través del ciberataque a la plataforma Solarwinds, en uno de los casos de ciberespionaje más grandes de la historia. Los colectivos de hackers que durante ocho meses ejecutaron el ataque obtuvieron información tan confidencial como aquella que se guarda en el Laboratorio Nacional de Los Álamos, el lugar donde se creó la bomba atómica y donde en la actualidad se hace investigación de vanguardia en temas de seguridad nacional.
El segundo, también conforme a datos de Estados Unidos, es Corea del Norte, cuyos hackers supuestamente han penetrado la infraestructura de bancos alrededor del mundo para vaciar cuentas bancarias. Ninguno de los casos ha sido resuelto, ninguno de los involucrados ha sido detenido; de hecho, el mundo actúa como si ambos episodios no estuviesen vinculados a Estados que apoyan estas acciones.
2.- El uso de “influencers” para desacreditar a compañías de vacunas. Según se ha reportado en días recientes, diversos instagrammers, tiktokers y youtubers alemanes y franceses han denunciado que una agencia de publicidad británica con vínculos rusos los contactó para proponerles campañas en las que desacrediten a las vacunas occidentales. El objetivo es doble: hacer que sus seguidores duden de la eficacia de la inoculación y hacer que sus seguidores duden de los medios de comunicación que han promovido la vacunación masiva.
3.- La detención de aviones para secuestrar a disidentes políticos. En una historia que parece sacada de película de Hollywood, el disidente bielorruso Roman Protasevich, cuyo canal de Telegram era una importante fuente de noticias en su país, fue detenido tras una falsa amenaza de bomba. Protasevich volaba desde Grecia a Lituania, donde vive exiliado por ser perseguido político del régimen autocrático encabezado por Aleksandr Lukashenko. Cuando el avión sobrevolaba territorio bielorruso, el gobierno “alertó” a los pilotos de una supuesta bomba y los obligó a aterrizar en la capital del país para una inspección. No se encontró nada, el gobierno culpó a Hamas, que ha estado en las noticias en las últimas semanas, y Protasevich fue detenido por las autoridades. Lo último que dijo, según reportes de quienes estaban ahí, es que seguramente enfrentaría la pena de muerte.
Sirvan estos tres ejemplos para subrayar que las relaciones internacionales han cambiado enormemente durante los últimos siglos, y por ello debería repensarse si lo que entendemos por este concepto no merece por lo menos una nueva definición.
Porque algo es seguro, en el Sacro Imperio Romano y Germánico jamás pensaron que algo como las redes sociales serían los nuevos conductos de paz y guerra.
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