Hace unas semanas, como dimos cuenta aquí, el Wall Street Journal reveló un fragmento de lo que ahora se conocen como los “Facebook Files”, o los archivos de Facebook. Una exgerente de la compañía, hastiada de lo que había visto internamente en sus años de trabajo en la red social más grande del mundo, le entregó al WSJ, y después a un consorcio de diversos medios, un compendio de documentos que mostraban las entrañas de Facebook.

Las revelaciones más importantes fueron tres: que Instagram tiene un efecto psicológico negativo en los adolescentes, que Facebook tiene un rasero distinto para sancionar a cuentas de famosos y que aquello que genera más enojo tiene mejores métricas; o, lo que es lo mismo, mientras más violento lo escrito, más se comparte y más se involucra el usuario.

A partir del viernes pasado, otros medios estadunidenses y europeos –algo que hizo notar el periodista Enrique Acevedo: ¿no había medios hispanohablantes a los que compartirle la información?– empezaron a publicar y publicar material. Documentos internos que resaltaban los problemas de la red en Etiopía, en Myanmar, en países que a la plataforma no le resultan igual de importantes que la esfera occidental.

El resultado: un “meh” colectivo. Si bien el Congreso estadunidense utilizó las revelaciones para llamar a audiencias públicas, y los medios machacaron y machacaron la importancia de los documentos, al público en general no le importó.

Por un lado, no ayudó que toda esta información se publicara en una oleada enorme. Si varios medios publican cosas parecidas al mismo tiempo, es difícil saber a dónde voltear. Si todo es negativo, pero a un nivel en que no genera un escándalo importante –por decir algo, ninguna revelación fue equivalente a los papeles del Pentágono, o a la Casa Blanca de nuestro país, por más que la prensa así lo venda–, quizás uno pase y lea unas cuantas líneas sin poner mayor atención.

Sólo los verdaderamente interesados leyeron los textos con cierto ahínco. Y aún así el contenido resultó… denso. A la tercera o cuarta nota de 3,000 palabras que explica por qué la compañía detrás de la red hizo algo mal, la indiferencia termina por apoderarse del lector. Más cuando sus sospechas se confirma.

Por el otro lado hay que agregar la ubicuidad del este servicio, por llamarla de alguna manera. Como dijimos en alguna entrega anterior, Facebook no es solo Facebook: es Instagram y WhatsApp también. Herramientas de la vida cotidiana sobre las cuales uno no reflexiona mucho, simplemente las utiliza y ya. Por poner un ejemplo mundano: Facebook se ha vuelto como un banco. Uno tendrá sus quejas cuando el sistema no le reconoce la voz como firma, otro se quejará de las comisiones por transacción. Sabrá que atrás puede haber mugre –ahí están los Panama y Pandora Papers–, pero a fin de cuentas acepta que los bancos son lo que son. Y aunque uno cambie de compañía, encontrará más o menos los mismos problemas.

En cierto sentido, Facebook es parecido, salvo el hecho de que no tiene un competidor cercano. Twitter, Youtube, Tik Tok, los tres están diseñados de manera distinta y con otro propósito. Si uno quiere mantener cierto contacto, enterarse de ciertas cosas del día a día de su comunidad, acude a Facebook. Sí, los adolescentes ya no están ahí. No, no ha innovado ni cambiado en los últimos años, pero para muchos es lo que hay, y vaya que existe gente dispuesta a aceptarlo como un hecho de la vida con tal de no tener que registrarse como usuario en otro sitio de internet.

Las opiniones vertidas en este texto son responsabilidad de su autor y no necesariamente representan el punto de vista de su empleador.


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