La expresión es de todos conocida, y se le atribuye a la sátira del poeta Juvenal de hace casi 2,000 años. Lo que pocos saben es que el pan y circo del que hablaba entonces era el opuesto al pan y circo de ahora: era el pueblo quien lo clamaba, no los políticos quienes lo prometían. A la gente no le importaba la res pública, la cosa pública; le importaba la distracción y las dádi-vas. La cultura política estaba por los suelos.


 

Los emperadores, los políticos, los tribunos, todos ellos estaban más que contentos de proveer la distracción: un pueblo enajenado era un pueblo maleable.

En tiempos modernos, con una ciudadanía harto politizada, el pan y el circo no lo clama el pue-blo: lo ofrece el gobierno con el objetivo de distraerle la mirada. Si lo mantiene ocupado con una mano en cuestiones de poca monta o trascendencia, con la otra le sustrae lo que le im-porta.

Hay un ejemplo tan fresco de esto que de hecho es de ayer. Uno de los anhelos presidenciales más importantes es hacerse con el dinero de los fideicomisos públicos, asignados a institucio-nes y con reglas de operación. Él los necesita para ejercer un gasto discrecional, opuesto en su totalidad a lo que ahora sucede.

Para ello ha exigido a sus tribunos que los elimine de un plumazo. Sin discutir, sin negociar. No importa que su bancada haya prometido hace escasos meses que esos fideicomisos no se to-carían: el recorte va porque así lo demanda el César.

Cierto es que en nuestra historia moderna han existido fideicomisos corrompidos, y que se ha desaparecido mucho dinero. Pero no por eso hay que dar al traste con una figura que regula cosas tan importantes como la ciencia, la tecnología, los recursos para atemperar los desastres naturales. Vaya, lo poco que emplea el gobierno para luchar contra la amenaza más importante de nuestros tiempos, el cambio climático.

Pero eso no parece importar.

Los dictámenes se han modificado al vuelo. Primero eran unos cuantos fideicomisos que desa-parecían. Luego todos menos uno. Ahora la orden es arrasar. Incluso uno que está protegido por la Constitución, el Fondo de Salud para el Bienestar, ése también se va.

Matanga, venga el dinero a puños.

El atropello es tal que la discusión en comisiones literalmente se llevó a cabo de noche este martes. La iniciativa apareció el fin de semana, cuando el pueblo que tanto se exalta se ocupa de otros menesteres.

Por eso es que también el miércoles se anunció la nueva temporada circense, la cual durará todo el próximo año –electoral, dicho sea de paso–. No sólo se trata de un distractor fundamen-tal ante la crisis cuyo fin no se vislumbra; de igual manera funciona para exaltar la historia de bronce de Palacio Nacional. Con esa bandera nacionalista, enarbolada en la celebración del Bicentenario legítimo de la Independencia, se desactiva a la oposición que apenas da sus pri-meros pasos rumbo a la elección del próximo año.

(Eso sin dejar de lado que como Felipe Calderón fue quien celebró el Bicentenario hace justo 10 años, el presidente actual –con su consabido odio a todo lo que tenga el toque calderonista– no podía dejar de buscar opacarlo con su propia celebración.)

Pero no hay que olvidar lo fundamental. Estamos en tiempos de pandemia. Estamos en tiem-pos de un abismo económico jamás visto, incluso reconocido por el propio gobierno al intentar hacerse del dinero de los fideicomisos a como dé lugar.

Aunque también estamos en el tiempo en el que la autoridad se puede abstraer de todo eso y anunciar fastuosas celebraciones. No habrá dinero para ciencia, cultura, investigación, para el futuro, pero sí para fiestas.

Mucho tiempo ha transcurrido desde las épocas romanas, pero el panem et circenses sigue igual de vigente.

Facebook: /illadesesteban
Twitter: @esteban_is

Google News

TEMAS RELACIONADOS