Las ideas del presidente en turno, si bien nos va, son de hace medio siglo. Las de su gabinete , al menos las que se expresan en público, también.

En el Congreso sus representantes promulgan lo mismo. Todos sin excepción enarbolan esa política con olor a naftalina que emana desde el Ejecutivo. Muchos de ellos han pasado por los mismos partidos que su líder, muchos de ellos comparten los mismos vicios de la añeja política mexicana: hacer lo que se les pida sin chistar; pocos –si no es que ninguno– proponen algo a título individual o diferente a la línea que se les dicta desde Palacio Nacional.

(No por nada la candidatura sorpresa en la contienda del partido fue de un hombre que ha militado en una cantidad de partidos que apenas se puede contar con los dedos de la mano.)

En la oposición los líderes tienen una imagen un poquito menos anticuada. Pero basta con escucharlos para comprender que son indistintos a sus contrapartes: conforman la misma política vetusta que nos ha dominado durante décadas.

Los gestos, las palabras, la manera de expresarse son algunas de las formas en las que esto se revela. (Piense usted, querido lector, en esos chalecos capitonados que son símbolo de élite partidista, por ejemplo.)

Ni se diga de los “nuevos valores” políticos. Si acaso un joven aparece en escena, carga con los mismos lastres. En los programas de televisión donde invitan a los “cuadros” nacientes vemos las mismas ideas expresadas de la misma forma, salvo porque quienes las emiten tienen menos arrugas en la frente.

Y en los nuevos ideólogos las viejas prácticas. No sólo en cuanto a propuestas, sino en cuanto a actos. Políticos noveles que actúan como si el Alemanato siguiese en boga.

Contrario a las ideas dentro del gobierno y de la política nacional, México es desde hace varios años un país de jóvenes. Jóvenes sumidos en violencia, jóvenes sin acceso a educación de calidad. Jóvenes que padecen pobreza, jóvenes que ven en el crimen o en la migración la salida de sus penurias. (No por nada el gran orgullo del presidente son las remesas de aquellos que emigraron por no encontrar un futuro en nuestro país, aunque la ironía le pase kilómetros por encima.)

Pero esos jóvenes no están representados. Al menos no políticamente. No tienen líderes que entiendan o expliquen sus problemas, no tienen congresistas que los intenten resolver. A lo más que pueden aspirar es a un presidente cuya solución es intentar convertirlos en beisbolistas. (González y Urías son garbanzos de a libra, dicho sea de paso.)

Nada de eso cambiará pronto. Ni en la elección de 2021, ni en la presidencial de 2024. La oposición se presentará el próximo año con un eslogan similar al que diario sirve de burla en redes: “Así no”. El gobierno insistirá en que sus ideas antediluvianas son el camino al progreso.

Y mientras tanto nuestra política sólo atraerá a los mismos de siempre. De exterior joven, sin duda, pero con una ideología igual de rancia que la de sus predecesores.

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