Si los lectores de estas columnas siguen con atención lo que sucede en los mercados bursátiles , sabrán que Spotify , el principal servicio de transmisión en línea de música, ha tenido un viaje digno de montaña rusa en los últimos días.

En el imaginario común, esta aplicación de streaming es la manera más sencilla de escuchar música. A través de un sistema gratuito (con anuncios) o de paga (sin anuncios), los usuarios pueden tener acceso a la mayoría de los grandes éxitos del mundo.

Con cada reproducción de una de las millones de canciones disponibles, el servicio le paga cierta cantidad a cada artista o disquera. Éste ha sido un punto contencioso durante años: algunos artistas dicen que la aplicación no les paga lo suficiente por la reproducción de sus obras.

Sin embargo, éste es un asunto secundario a la polémica de hoy. Si bien es parte del reclamo, el pleito interno pasa más bien por otro tema, los contenidos dentro de la aplicación.

Un poco de contexto: en 2020, como parte de una transición que incluye programación distinta a música, la compañía compró –por 100 millones de dólares– la exclusividad de transmisión del podcast de Joe Rogan, el más escuchado en Estados Unidos y quizás el mundo. Rogan es un actor, comediante y luchador (en la acepción de lucha libre), entre otras cosas.

Desde hace ya tiempo, su programa, un espacio sin duración definida –cada transmisión puede extenderse por varias horas–, ha atraído a todo tipo de escuchas por su estilo: Rogan se presenta como una persona sin mayor pretensión que entender lo que sucede en el mundo. Para ello invita a personas de distintos ámbitos a discutir lo que sea. Desde los orígenes del universo hasta la pelea más reciente de UFC.

Pero, y como parte del personaje en el que se ha convertido Rogan , esta búsqueda de información y entendimiento muchas veces pasa por desinformación, o, en algunos casos, por teorías de conspiración. Y es aquí donde entra el tema que domina nuestras vidas, el coronavirus . A Rogan se le ha acusado, desde varios frentes, de promover mentiras sobre la pandemia.

Con un público que se mide en millones, la preocupación principal en la discusión pública es que Rogan resulte un vehículo para avanzar información chatarra respecto a la crisis global que seguimos viviendo, y que sus palabras sean un freno en la lucha contra el covid.

Por eso en días recientes artistas como Joni Mitchell o Neil Young han decidido quitar su música de la plataforma donde Rogan tiene exclusividad. Para ambas figuras históricas de la música popular, el hecho de que Rogan esparza desinformación y la aplicación no haga nada al respecto es algo no tolerable. La compañía ha respondido avisando que los programas de Rogan ahora llevarán advertencias previas, pero ni Mitchel, ni Young lo han visto como suficiente.

Y he aquí lo interesante del asunto: ¿puede considerarse censura que dos artistas de renombre pidan que otro sea removido de un servicio? Mitchell y Young siguen siendo influyentes en los medios, si bien no al nivel de alguien como Taylor Swift . Pero si alzan la voz, son escuchados. No sería el caso con un cantautor desconocido.

Entonces, ¿es censura? Sí y no. Parte de la libertad de expresión, al menos como se entiende en Estados Unidos, es que cualquiera tenga derecho a escuchar lo que le interese. SI no lo quiere escuchar también lo puede hacer, pero todo pasa por el derecho a elegir.

¿Qué quitaría que artistas del lado opuesto del espectro político, pidieran quitar lo que no les gusta? Como siempre, hay que pensar a dónde nos puede llevar la avalancha.

No obstante quedan dos cosas por considerar. La primera es el interés social, y esto viene desde hace ya varios siglos: ¿la libertad es absoluta o termina donde empieza el daño a alguien más?

La segunda es la exclusividad de Rogan. La compañía la obtuvo a sabiendas de lo que significaba; sería imposible pensar que no hubo revisión previa, o “due diligence” antes de adquirir los derechos. Por lo tanto tomó una posición y al hacerlo cambió: dejó de ser un transmisor y se convirtió en un participante.

Como siempre, no hay respuesta correcta, pero estamos viendo uno de los primeros debates de gran calado en la era digital. Lo que resulte de aquí podrá determinar el futuro de las discusiones tecnológicas de las próximas décadas.

Las opiniones vertidas en este texto son responsabilidad de su autor y no necesariamente representan el punto de vista de su empleador.

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