La semana pasada comentábamos en este espacio que Elon Musk , la persona más rica del mundo, había presentado una oferta para comprar la red social Twitter . Una de las hipótesis detrás de la oferta era que en realidad Musk lo que buscaba era llevar a cabo un “pump and dump”: subir artificialmente el precio de las acciones de Twitter para después venderlas y quedarse con las ganancias.

Ese análisis queda de momento descartada ahora que Musk formalizó el proceso de compra y Twitter aceptó, en principio, la oferta del magnate. Se mantiene pendiente el voto de los accionistas en unas semanas, y también existe la posibilidad de que el dueño de SpaceX y Tesla se retracte –está invirtiendo el equivalente del PIB anual de Botsuana en algo que quizás sea un capricho, y que mal ejecutado hunda a sus otras empresas.

¿Para qué quiere Musk, con tanto ahínco, hacerse de Twitter? Una teoría es que tiene como meta controlar la conversación pública. A pesar de que el número de usuarios en Twitter es relativamente pequeño si se compara con Facebook, Instagram, o TikTok , la influencia que ejercen los usuarios de esta red en Estados Unidos –y en menor medida en México– en el discurso público es notoria.

Pongámoslo así: antes los ciclos noticiosos en los medios tradicionales se basaban, en Estados Unidos, en acciones o eventos; en México en declaraciones de políticos. Pero cuando las redes empezaron a comerle el mandado a los medios, los medios empezaron a volverse repetidores de las redes. Es común, si uno enciende la televisión, por ejemplo, ver a los presentadores comentando videos de YouTube o de TikTok a manera de llenar espacio. Desde lo que conocemos como “ fails ”, donde hay equivocaciones gigantes que generan risa, hasta el “no creerás lo que dijo X en un post de Instagram”. Así se llena el espacio ahora y así se construyen los ciclos noticiosos.

(No en balde todas las mañanas en la conferencia de prensa se toma lo que dijo “el opositor Y” respecto a algo que hizo el gobierno.)

Las redes dirigen el discurso y eso lo entiende Musk a la perfección. Lo ha visto con sus propios mensajes y tuits: las acciones de sus compañías se disparan cuando tuitea sobre ellas, sus quejas hacen olas en el mundo virtual y real. No sólo porque lo que dice es considerado noticioso por los medios –las palabras del hombre más rico del mundo son noticia en sí mismas–, sino porque tiene un ejército de seguidores dispuesto a amplificar sus dichos o a defenderlos hasta las últimas consecuencias. Cultivar fanáticos cual secta resulta provechoso cuando uno lo que busca es poder.

Musk tiene en sus manos el amplificados más grande de la historia y los tomadores de decisiones son todo oídos.

¿Para qué lo quiere? Quizás, en efecto, se trate de un “pump and dump” pero a más largo plazo, e involucrando a sus otras compañías: el megáfono de Twitter puede mover el valor de SpaceX o de Tesla o de cualquier otro interés que tenga el hombre más rico del mundo.

Quizás solo quiera, como muchos otros líderes mundiales hoy en día, que la gente hable de él 24/7.

Sea cual sea el caso, Musk ya entendió que sus gritos equivalen a dinero y poder. Ahora busca subir la perilla del volumen al máximo. La pregunta es si el amplificador aguantará.

Las opiniones vertidas en este texto son responsabilidad de su autor y no necesariamente representan el punto de vista de su empleador.

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