Como ya es costumbre, el domingo por la noche todo involucrado en el proceso electoral se declaró triunfador. No importa que en varios casos la diferencia entre un candidato y otro fuese de dos dígitos, tampoco importa el tono con el que se dijo. El chiste era, como siempre, declararse ganador.

El fenómeno no es exclusivo de México, donde los candidatos de Schrödinger , que al mismo tiempo ganan y pierden, abundan. También lo vemos en Estados Unidos donde hay candidatos presidenciales que siguen sin aceptar resultados electorales de hace dos años. (Aunque aquí tenemos el récord, 16 y contando.)

En Europa, debido al sistema parlamentario, y en los países del norte asiático, donde la democracia es tradición, es casi imposible declararse triunfador al mismo tiempo que se pierde. En China y Rusia simplemente no se puede: en el primero la elección, por llamarle de alguna manera, es unipersonal; en el segundo la ley prohíbe enfrentarse al amo y dueño de todo el territorio.

Pero regresemos al fenómeno local: la falta de escrúpulos con la que alguien dice haber ganado es cada vez más común. Será para sembrar incertidumbre en el órgano electoral, será porque los políticos actuales lo piensan como tradición –similar a regalar guajolotes desde un templete–, pero el caso es que cada vez hay más ruido y más desconcierto.

Curioso, pero la última elección presidencial –quizás por lo holgado de la diferencia– ha sido la única en tiempos recientes donde los candidatos perdedores han aceptado, de manera casi inmediata y sin chistar, su derrota. Habrá sido por lo holgado del marcador, o por el análisis del momento de ambos candidatos perdedores, pero de que fue un ejemplo lo fue.

(No podemos decir lo mismo de las dos elecciones previas, en particular la de 2006 –cuyos votos “robados”, según el candidato perdedor, son cada vez más con el paso de tiempo–.)

Tal vez ésa sea la escuela que se busca emular: si desde arriba me dicen que así hay que hacerle, es apenas justo que yo imite la conducta.

El problema es pequeño, pero no insignificante, en 2022. Fueron pocos los estados en juego, y ninguno estuvo verdaderamente cerrado: lo mínimo fueron seis puntos porcentuales de diferencia; imposible revertir un resultado así, más si solo se hace a través del grito de “ganamos”.

Pero cuando tengamos una contienda mucho más cerrada; por ejemplo, en un par de años, esta “tradición” que hoy nos parece irrisoria puede resultar peligrosa. Que tengamos varios gobernadores en un mismo estado, o varios presidentes en un mismo país, bajo un ánimo de crispación como el que se gesta desde tiempo atrás, es motivo de alerta.

Creerán los políticos que todo es un juego, que aullar el triunfo aunque no se tenga es parte de la pantomima que deben actuar porque su papel así se los exige. Pero no ven las consecuencias o poco les importan: total, ellos fueron candidatos, perdieron, y ahora ya no tienen que preocuparse por el futuro de nadie más.

Pero los ciudadanos sí. Y lo que menos queremos es una incertidumbre generada por políticos de pacotilla que no se toman en serio su papel en lo que los romanos llamaban la “res publica”, la cosa pública. Esa que nos concierne a todos y nos separa del Estado de naturaleza.

 

Las opiniones vertidas en este texto son responsabilidad de su autor y no necesariamente representan el punto de vista de su empleador. 

 

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