Es muy probable que quien lea estas líneas haya llegado aquí a través de las redes sociales.
Según los datos, en particular a través de un post de Facebook: esa plataforma domina la conversación global y por mucho.
Si no llegó por Facebook, quizás lo haya hecho –en mucho menor manera– a través de Twitter, sitio que en el imaginario colectivo es pensado como el lugar donde trasciende toda la información, pero en realidad es una comunidad bastante pequeña.
Si llegó por Whatsapp quiere decir que el texto se volvió viral, y el lector está aquí por una frase descontextualizada, por un pedazo de columna alterado o por un pantallazo de algún fragmento del texto. Whatsapp, por cierto, es propiedad de Facebook.
Si llegó directamente a través del home de El Universal o a través del micrositio de Opinión, existe una amplia posibilidad de que el lector sea de un grupo demográfico de mayor edad.
En cualquier caso, el lector habrá pasado por miles de anuncios; estas letras seguro estarán envueltas en publicidad de algún tipo. La publicidad, por encima de las suscripciones, es el sustento de un medio de comunicación. Para poder leer una columna, una nota, o un reportaje, es necesario financiarlo de alguna manera. Para los lectores muchas veces resulta molesto y excesivo, pero sólo así se llega a algún tipo de información. (Desinformación, dirán aquellos que ven todo con anteojos políticos y descalifican a priori lo dicho o escrito por el portal donde se publicó o por el nombre del autor.)
Sin embargo, son sólo los anuncios del sitio mismo los que reditúan en algún tipo de ingreso. Sea a través de un contrato de publicidad fija o a través de uno flexible –que se mide a través de clics–, así llega el dinero. A pesar de ello el ingreso es poco en términos relativos: la publicidad digital sigue sin llegar a los precios de la publicidad impresa de antaño. Y es entendible: hay un cúmulo de opciones para anunciarse, y con todo tipo de ventajas. A través de Facebook, por ejemplo, uno puede decidir a quién dirigir la publicidad de manera muy específica. Sexo, edad, nivel educativo, ubicación geográfica, intereses particulares. El negocio de esa red social es la información personal.
Y es un negocio enorme del cual Facebook y Google –la otra gran empresa de la red– se llevan casi toda la tajada. Si un autor o un medio quiere que sus publicaciones se compartan debe, necesariamente, pasar a través de esos dos gigantes y someterse a sus condiciones. Es el libre mercado, dirán algunos. Y sí, pero ese mercado pasa por encima de un derecho humano básico: el derecho a la información. En Estados Unidos, salvo The New York Times y The Washington Post, los medios se han dado cuenta que no hay forma de competir con la red de Zuckerberg. Por lo menos no en las condiciones actuales.
Al mismo tiempo, Facebook se presta para todo tipo de desinformación. Aunque su creador pregona que la red es eso, sólo una red, su condición dominante hace que en realidad sea una puerta de acceso. Quien la controla decide qué importa y qué no. Lo mismo sucede, de una manera un poco diferente, con Youtube, propiedad de Google. El periodismo queda a merced del interés de Zuckerberg y compañía. Medios con gran trayectoria ahora se encuentran compitiendo por migajas con videos tales como “No adivinarás que expresidente contagio de VIH a su novia” –parafraseo el título, pero ese video tiene casi un millón de reproducciones–.
El negocio y la desinformación terminan por sepultar a la verdad.
Recientemente, Twitter decidió hacer un fact-check, o revisar lo dicho por Donald Trump en su plataforma. Trump montó en cólera y amenazó con regular a las redes sociales. Mark Zuckerberg tomó el camino contrario a Twitter y dijo este martes que Facebook seguiría permitiendo el avance de la desinformación, dado que su red “no es un árbitro de la verdad”. Cancha libre para esparcir desinformación conforme a la cantidad de “me gusta” en su plataforma.
En este nuevo mundo, que lleva configurándose durante los últimos 20 años, los medios de comunicación no tienen cancha pareja para lidiar con la desinformación galopante. No tienen manera de conseguir los ingresos necesarios para levantarse por encima de la subsistencia, no tienen la manera de enfrentar a quienes, en palabras de Batman: El caballero de la noche, sólo quieren ver cómo arde el mundo.
Y en un siglo en el que el calentamiento global pinta para volverse irreversible, en el que los liderazgos iliberales desplazan a la democracia y a la razón, la derrota de los medios es la derrota de todos.