Las reglas han existido desde que los humanos decidieron organizarse, o, como explican los teóricos de hace 400 años, desde que salimos del estado de naturaleza.
En ese proceso organizativo se delineó la civilización: a través de reglas tácitas –costumbres, por ejemplo– y escritas –leyes– es que se llegó a un entendimiento de cómo debía funcionar una sociedad.
Así, cuando uno participa en cualquier actividad, tiene un entendimiento de qué puede hacer y qué no puede hacer. Puede no conocer algunas de las cuestiones más específicas, pero aún así puede operar de manera más o menos satisfactoria dentro de un grupo de personas. En caso de que no tenga conocimiento de los lineamientos más generales, o decida ignorarlos, es ahí donde puede meterse en problemas o causárselos a alguien más.
A estas reglas se llega, salvo en las autocracias o las tiranías, a través de consenso. Habrá quien esté en contra, pero mientras la mayoría del grupo –o la mayoría representada– esté de acuerdo, y esas reglas no causen daños –pensemos, en la actualidad, en los derechos humanos–, las reglas son acatadas por el grueso de los individuos. Con esa aceptación generalizada es que se establecen las bases de la sociedad.
En algunos casos las reglas se prestan a criterios de interpretación. Esto puede ocurrir cuando alguna costumbre no es del todo clara, o cuando una norma es ambigua. Ahí entran los árbitros, cuando se necesita claridad.
Ahora bien, los árbitros no sólo son intérpretes, también son ejecutores. Son los encargados de hacer que las reglas se cumplan.
La analogía más sencilla para este tipo de explicaciones siempre será el futbol. En un partido el árbitro decreta el inicio y el fin, y supervisa a los 22 jugadores para que jueguen dentro de lo establecido.
En caso de que alguno no cumpla con lo estipulado, tiene el poder de amonestarlo o incluso expulsarlo si la falta es lo suficientemente grave.
A veces el criterio es indispensable: cuando un jugador toca el balón con la mano, por ejemplo. Ahí el árbitro tiene que decidir si lo hizo de manera intencional o no. En otros es mínimo: la regla se cumple sin mayor interpretación porque el reglamento no da pie a ambigüedades. Lo obvio: el partido lo gana el equipo que mete más goles y el árbitro no puede modificar el marcador a su antojo.
Dentro de un partido de futbol los jugadores tampoco son blancas palomitas; muchas veces distan de ser novatos y más bien son, como se dice en Latinoamérica, “cancheros”. Juegan al límite, utilizan todas las triquiñuelas en su haber para influir, y niegan todo si el árbitro llega a darse cuenta de lo que sucede. ¿Cuántas veces no hemos visto a Neymar revolcarse en el suelo sin contacto alguno? ¿Cuántas veces encaró Maradona a un silbante cuando no le gustó una decisión?
En esos momentos el árbitro puede tambalearse como autoridad y el partido puede, como se dice también en el argot futbolístico, salírsele de las manos.
Siempre debe mantenerse firme y explicar el por qué de sus decisiones: mientras menos autoritario parezca, mientras más diálogo tenga con los jugadores, más claro tendrán que tener ellos los límites. También tiene que hacerse valer: las tarjetas están ahí por algo.
Si a pesar de ello su autoridad sigue en entredicho, es ahí donde entra la estructura que sostiene al arbitraje: está el resto del cuerpo arbitral en el estadio, está la comisión de arbitraje, y en última instancia está la liga como autoridad superior. Ese peso es indispensable para que el partido se juegue y los 22 futbolistas se mantengan a raya.
Cuando esa estructura se resquebraja, se corre el riesgo de que el partido se abandone. Esto puede ocurrir si los jugadores alebrestan al público para que baje de las gradas y golpee al árbitro, o si los jugadores lo amenazan directamente, o si el presidente de la liga –quien curiosamente también es el centro delantero de uno de los equipos– advierte que cambiará a todos los silbantes porque no le gusta como pitan, entonces entramos a un territorio desconocido donde lo que se juega es otra cosa totalmente distinta.
Menos mal que estamos hablando de futbol.
Las opiniones vertidas en este texto son responsabilidad de su autor y no necesariamente representan el punto de vista de su empleador.
Facebook: /illadesesteban
Twitter: @esteban_is